domingo, 23 de mayo de 2021

El poema de la semana

 

Dedicamos esta semana nuestro pequeño homenaje al poeta valenciano Francisco  Brines (1932 - 2021), recientemente fallecido, a quien ya hemos conocido a través de este blog.

Ver el poema anterior de Francisco Brines

Nacido en Oliva (Valencia), estudió Derecho y Filosofía y Letras en varias universidades, pero pronto sucumbió a la llamada de la poesía. Integrante ilustre de la Generación del 50 - poetas y escritores de altísimo nivel que vivieron su juventud durante la dura posguerra española -, Brines publicó su primer libro de poemas, Las brasas, en el año 1959, siendo galardonado con el prestigioso Premio Adonais.

A este le sucedieron más publicaciones y premios, entre los que destacan el Premio Nacional de la Crítica en 1967, el Premio Nacional de Literatura en 1987, el Premio Nacional de las Letras en 1999 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2010, culminando una brillante trayectoria poética de varias décadas con el Premio Cervantes en 2020. Precisamente su delicado estado de salud le impidió asistir a la ceremonia de entrega de este último, y fueron los propios Reyes de España quienes se desplazaron a su residencia de Oliva para rendirle el merecido tributo, justo unos días antes de su muerte.

La poesía de Francisco Brines se caracteriza por un lenguaje preciso, aparentemente simple, aunque muy cuidado, que evoca con gran sensibilidad temas tan clásicos como el paso del tiempo o el amor. Hoy os recomendamos este otro poema, perteneciente a su obra Insistencias en Luzbel (1977). 

Aquel verano de mi juventud

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.

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