domingo, 29 de noviembre de 2020

El poema de la semana

 Comenzamos la última semana del mes de noviembre con un poema recomendado por nuestra alumna de 2º ESO F Inés Sarasua Fontanilla.

Inés nos acerca a Shirley Campbell Barr, una poeta afrocostarricense. Antropóloga y activista de las mujeres negras, quiere animarlas a establecer su lugar en la historia y verse reflejadas en la sociedad. 

Shirley, nacida en 1965, participa activamente en conferencias, talleres, lectura de poesías, difundiendo su trabajo y contribuyendo a los procesos de movilización y concienciación en las comunidades afrodescendientes. Ha publicado varios libros y poemarios, pero entre todos ellos, destaca el poema            

                                                       “Rotundamente negra”

Me niego rotundamente

a negar mi voz, mi sangre y mi piel.

Y me niego rotundamente

a dejar de ser yo,

a dejar de sentirme bien

cuando miro mi rostro en el espejo

con mi boca rotundamente grande,

y mi nariz

rotundamente hermosa,

y mis dientes

rotundamente blancos

y mi piel valientemente negra.

Y me niego categóricamente

a dejar de hablar

mi lengua, mi acento y mi historia.

Y me niego absolutamente

a ser parte de los que callan,

de los que temen,

de los que lloran.

Porque me acepto,

rotundamente libre,

rotundamente negra,

rotundamente hermosa.


domingo, 22 de noviembre de 2020

Antología Brines, 10 poemas del Premio Cervantes

 Aquí os dejo una decena de sus mejores versos, a tiempo vitalistas y meditativos. 

En el cansancio de la noche...

En el cansancio de la noche,
penetrando la más oscura música,
he recobrado tras mis ojos ciegos
el frágil testimonio de una escena remota.

Olía el mar, y el alba era ladrona
de los cielos; tornaba fantasmales
las luces de la casa.
Los comensales eran jóvenes, y ahítos
y sin sed, en el naufragio del banquete,
buscaban la ebriedad
y el pintado cortejo de alegría. El vino
desbordaba las copas, sonrosaba
la acalorada piel, enrojecía el suelo.
En generoso amor sus pechos desataron
a la furiosa luz, la carne, la palabra,
y no les importaba después no recordar.
Algún puñal fallido buscaba un corazón.

Yo alcé también mi copa, la más leve,
hasta los bordes llena de cenizas:
huesos conjuntos de halcón y ballestero,
y allí bebí, sin sed, dos experiencias muertas.
Mi corazón se serenó, y un inocente niño
me cubrió la cabeza con gorro de demente.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco
en el viaje aquel de todos a la niebla.

Fijé mis ojos lúcidos
en quien supo escoger con tino más certero:
aquel que en un rincón, dando a todo la espalda,
llevó a sus frescos labios
una taza de barro con veneno.
Y brindando a la nada
se apresuró en las sombras.

Palabras a la oscuridad, 1966

Alocución pagana

¿Es que, acaso, estimáis que por creer
en la inmortalidad,
os tendrá que ser dada?
Es obra de la fe, del egoísmo
o la desolación.
Y si existe, no importa no haber creído en ella:
respuestas ignorantes son todas las humanas
si a la muerte interroga.

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
o grandes monumentos funerarios,
las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.
O aceptad el vacío que vendrá,
en donde ni siquiera soplará un viento estéril.
Lo que habrá de venir será de todos,
pues no hay merecimiento en el nacer
y nada justifica nuestra muerte.

Aún no, 1971

Sombrío ardor

No como las estrellas, que dan luz,
mas también incontables cual los átomos
que habitan negros en las hondas cuevas,
los encuentros del cuerpo, sin amor,
sólo son actos de tinieblas. Nada
perdura en mí de aquellos miembros, dicha,
fuego, sonrisa. El sombrío ardor
desvaneció su huella en la memoria,
dejó solo un cansancio. Y ahora vuelvo
al encuentro del cuerpo en las tinieblas,
y en el sombrío ardor toco la vida,
espectro lujurioso. Rueda el tiempo
por las sordas paredes de este cuarto,
y siento que la vida se deshace.
Escucho el corazón, y su latido
oscuro nada dice, fuego implora,
mendiga eternidad para la carne.

Merecida la luz nos la destruyen,
¿en dónde está?; mirad con cuánta prisa
hemos llegado al hueco sofocante.

Aún no, 1971

Aquel verano de mi juventud

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.

Ensayo de una despedida. Poesía 1960-1971 (1974)

El otoño de las rosas

Vives ya en la estación del tiempo rezagado:
 lo has llamado el otoño de las rosas.
 Aspíralas y enciéndete. Y escucha
cuando el cielo se apague, el silencio del mundo.

El otoño de las rosas, 1986

El más hermoso territorio

El ciego deseoso recorre con los dedos
las líneas venturosas que hacen feliz su tacto,
y nada le apresura. El roce se hace lento
en el vigor curvado de unos muslos
que encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.
Allí en la luz oscura de los mirtos
se enreda, palpitante, el ala de un gorrión,
el feliz cuerpo vivo.
O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,
en el posar cansado de un ocaso apagado.

Del estrecho lugar de la cintura,
reino de siesta y sueño,
o reducido prado
de labios delicados y de dedos ardientes,
por igual, separadas, se desperezan líneas
que ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,
y un pecho dejan alto, simétrico y oscuro.
Son dos sombras rosadas esas tetillas breves
en vasto campo liso,
aguas para beber, o estremecerlas.
y un canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,
este dormido campo, y llega a un breve pozo,
que es infantil sonrisa,
breve dedal del aire.

En esa rectitud de unos hombros potentes y sensibles
se yergue el cuello altivo que serena,
o el recogido cuello que ablanda las caricias,
el tronco del que brota un vivo fuego negro,
la cabeza: y en aire, y perfumada,
una enredada zarza de jazmines sonríe,
y el mundo se hace noche porque habitan aquélla
astros crecidos y anchos, felices y benéficos.
Y brillan, y nos miran, y queremos morir
ebrios de adolescencia.
Hay una brisa negra que aroma los cabellos.

He bajado esta espalda,
que es el más descansado de todos los descensos,
y siendo larga y dura, es de ligera marcha,
pues nos lleva al lugar de las delicias.
En la más suave y fresca de las sedas
se recrea la mano,
este espacio indecible, que se alza tan diáfano,
la hermosa calumniada, el sitio envilecido
por el soez lenguaje.
Inacabable lecho en donde reparamos
la sed de la belleza de la forma,
que es sólo sed de un dios que nos sosiegue.
Rozo con mis mejillas la misma piel del aire,
la dureza del agua, que es frescura,
la solidez del mundo que me tienta.

Y, muy secretas, las laderas llevan
al lugar encendido de la dicha.
Allí el profundo goce que repara el vivir,
la maga realidad que vence al sueño,
experiencia tan ebria
que un sabio dios la condena al olvido.
Conocemos entonces que sólo tiene muerte
la quemada hermosura de la vida.

Y porque estás ausente, eres hoy el deseo
de la tierra que falta al desterrado,
de la vida que el olvidado pierde,
y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo,
pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.

El otoño de las rosas, 1986

La última costa

Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,
sepultada.
Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.

La última costa, 1995

El ángel del poema

                                                              A César Simón

Dentro de la mortaja de esta casa
en esta noche yerma con tanta soledad,
mirando sin nostalgia lo que en mi vida es ido,
lo que no pudo ser,
esta ruina extensa del pasado,
también sin esperanza
en lo que ha de venir aún a flagelarme,
sólo es posible un bien: la aparición del ángel,
sus ojos vivos, no sé de qué color, pero de fuego,
la paralización ante el rostro hermosísimo.
Después oír, saliendo del silencio y en tanta soledad,
su voz sin traducción, que es sólo un fiel entendimiento sin palabras.
Y el ángel hace, cerrándose en mis párpados y cobijado en ellos, su
                aparición postrera:
con su espada de fuego expulsa el mundo hostil, que gira afuera,
                a oscuras.
Y no hay Dios para él, ni para mí.

La última costa, 1995

Donde muere la muerte

Donde muere la muerte,
porque en la vida tiene tan sólo su existencia.
En ese punto oscuro de la nada
que nace en el cerebro,
cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,
ahora que la ceniza, como un cielo llagado,
penetra en las costillas con silencio y dolor,
y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita
hacia lo negro.
Beso tu carne aún tibia.
Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido
en tus brazos,
un niño de pañales mira caer la luz,
sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo,
que habrá de abandonarle.
Madre, devuélveme mi beso.

Epitafio romano

«No fui nada, y ahora nada soy.
Pero tú, que aún existes, bebe, goza
de la vida..., y luego ven.»

Eres un buen amigo.
Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra
la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,
ni de nadie,
poder decir si es bueno o malo
llegar ahí.

Quien lea, debe saber que el tuyo
también es mi epitafio. Valgan tópicas frases
por tópicas cenizas.

El poema de la semana

En esta última semana de noviembre queremos rendir homenaje al poeta valenciano Francisco Brines (1932).El autor de 'Las brasas' y 'El otoño de las rosas' recibía esta semana el Premio Cervantes 2020, a los 88 años,  por una obra íntima, metafísica, llena de amor y luz. 

Se trata de uno de los más importantes creadores de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, uno de los últimos representantes de la prodigiosa generación de los 50, de los niños de la posguerra española, que alumbró poetas como Jaime Gil de Biedma, J. M. Caballero Bonald, Carlos Barral, José Ángel Valente o Claudio Rodríguez.

Francisco Brines, que estudió Derecho y Filosofía y Letras, ha sido profesor de literatura española en las prestigiosas universidades de Cambridge y Oxford. Es Académico de la Lengua desde 2006 y ha recibido numerosos galardones a lo largo de su andadura poética, como el Premio Nacional de Literatura en el año 1986.

BIBLIOGRAFÍA

Las brasas (1959)

El santo inocente (1965)

Palabras a la oscuridad (1966)

Aún no (1971)

Ensayo de una despedida (1974)

Insistencias en Luzbel (1977)

Poesía. 1960-1981 (1984)

Poemas excluidos (1985)

El otoño de las rosas (1986)

La rosa de las noches (1986)

Poemas a D. K. (1986)

La última costa (1995)

Breve antología personal (1997)

Selección de poemas (1997)

Poesía completa (1960-1997) (1997)

Antología poética (1998)

La Iluminada Rosa Negra (2003)

Amada vida mía (2004)

Hemos elegido un poema titulado "Cuando yo aún soy la vida", que es bastante representativo de su estilo poético. ¡Esperamos que os guste! 

Cuando yo aún soy la vida

La vida me rodea, como en aquellos años

ya perdidos, con el mismo esplendor

de un mundo eterno. La rosa cuchillada

de la mar, las derribadas luces

de los huertos, fragor de las palomas

en el aire, la vida en torno a mí,

cuando yo aún soy la vida.

Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,

y un amor fatigado. 

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;

y amar, mientras se agota el corazón,

un mundo fiel, aunque perecedero.

Amar el sueño roto de la vida

y, aunque no pudo ser, no maldecir

aquel antiguo engaño de lo eterno.

Y el pecho se consuela, porque sabe

que el mundo pudo ser una bella verdad.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Convocatoria del VII Premio Andaluz de Poesía "Tintas para la vida"

 El Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba, en el marco de la campaña promocional Regala vida, dona órganos y con el propósito de continuar difundiendo entre los sectores más jóvenes de la sociedad la importancia del acto generoso de la donación, convoca el  VII Concurso andaluz de poesía TINTAS PARA LA VIDA




BASES

1. Podrá concurrir a este concurso todo el alumnado de 5º y 6º de Primaria, así como de ESO, Bachillerato y Ciclos Formativos de Grado Medio, que cursen sus estudios en centros docentes andaluces, y cuyas edades estén comprendidas entre las que se indican en las categorías de premios.

2. Enviarán un único poema por alumno, que no supere los 25 versos, sobre el proceso que envuelve la donación y el trasplante de órganos (donación tanto de vivo como de fallecido, gesto altruista, nueva oportunidad de vida para el receptor, logro de la Medicina, etc.).

3. Los trabajos se presentarán a través de la página web del hospital, cumplimentando el formulario publicado en www.hospitalreinasofia.org.

4. El plazo de admisión concluye el 31 de enero de 2021.

5. Se establecen dos categorías (para alumnado cuya edad esté entre los 10 y los 18 años) y tres premios para cada una de ellas:

▪ Categoría A para el alumnado de 5º y 6º de Primaria, así como 1º y 2º de ESO.

▪ Categoría B para el alumnado de 3º y 4º de ESO, 1º y 2º de Bachillerato y alumnado de Ciclos Formativos de Grado Medio.

▪ Primer y segundo premio de ambas categorías: Lote de libros y tablet.

▪ Tercer premio de ambas categorías: Lote de libros y tablet.

 




El poema de la semana

Empezamos la semana con un poema recomendado por nuestro compañero y profesor de Lengua Pedro Pablo Acevedo quien  nos acerca la figura de un poeta de "allende los mares" Jorge Carrera Andrade "cantor del alma de las cosas"

Jorge Carrera Andrade nació en Quito, en 1903, y murió en la misma ciudad el 8 de noviembre de 1978. Es, con Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena, César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum, uno de los mayores poetas ecuatorianos de este siglo y el más conocido en el exterior.

La evolución poética de Carrera Andrade va estrechamente vinculada a sus desplazamientos por el mundo. Las partidas, los regresos, marcan los hitos de su poesía. A medida que viaja, su poesía se enriquece, se extiende. Carrera Andrade aprendió de los poetas franceses del primer cuarto de siglo, en especial de Francis Jammes, por mucho tiempo el santo de su devoción, y, por supuesto, de los haikú japoneses, cuyo espíritu estará presente aún en los poemas largos de la década del cincuenta.

En estos años, precisamente, esta poesía cargada de amuletos de amor por el mundo empieza a nublarse, a sacudirse de incertidumbre. El poeta que había invitado a la dicha empieza a frecuentar las elegías ("Juan sin Cielo") y a plantearse cada vez más el mundo como un enigma. El poeta de la luz se plantea la sombra como tema, y el resultado es admirable. El mundo es una prisión, prisión terrena; está cerrado en sí mismo "como el sueño de una bellota" o como los cofres sumergidos de los piratas. Cuando este poeta de la luz descubre la sombra, logra sus mejores poemas.



Aquí yace la espuma

La espuma, dulce monja, en su hospital marino
por escalones de agua, por las gradas azules
desciende hasta la arena con pies de luna y lirio.

¡Oh Santa revestida con vellones de oveja!
Les dan una final cura de cielo
a las rocas heridas tus albísimas vendas.

¿De dónde tanta nieve caminante,
tantas flores saladas
y despojos de cirios y camisas de ángeles?

¡Oh monja panadera! De cristalinos hornos
fríos de eternidad, sacas infatigable
tus grandes panes blancos y esponjosos.

Despliegas el mantel de un festín de infinito
en donde el horizonte, en su plato de nubes,
sirve el manjar del sueño y del olvido.

También, obrera nívea, eres enterradora:
Llevas hasta la arena en paletadas
montones de cadáveres de pálidas gaviotas.

Ruedan sobre la orilla tus vanas esculturas
que pronto se deshacen
en un mármol soluble, en ingrávidas plumas.

Móvil, caída nube, al chocar con la tierra
expiras, pero se alza entre las rocas
cual fantasma gaseoso tu presencia.

Arremangado el manto sonante, casta monja
recorres suspirando
tu plantación errante de magnolias.

¿Con material de garzas y medusas
tu flotante y blanquísimo cimiento
va a sostener acaso la ideal arquitectura?

¡Frontera del abismo, guardada por palomas!
Tu ejército nevado avanza hacia la tierra
¡oh monja capitana! en batallas de aurora.

En la arena o las rocas hallas tu fresca tumba
mas vuelves a nacer a cada instante
y sin pausa atesoras en las conchas tu albura.

De las fieras del mar balsámica saliva
acaricia tus plantas de cristal y de hielo,
¡Santa Espuma, difunta en las gradas marinas!


miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Qué es un avatar?

Como avatar se conoce, desde el punto de vista de la religión hindú, la manifestación corporal de una deidad, especialmente — aunque no únicamente — Visnú. La palabra, como tal, proviene del sánscrito avatâra, que significa ‘descenso o encarnación de un dios’.

En este sentido, el hinduismo concibe al avatar como ser divino que desciende a la tierra en forma de persona, animal o de cualquier otro tipo de cuerpo, con la finalidad de restablecer el dharma, o ley divina, y salvar al mundo del desorden y la confusión generada por los demonios. Así, la deidad Visnú, por ejemplo, ha tenido muchos avatares, y, según los hindúes, ha sufrido muchas encarnaciones.


 Por su parte, en otras religiones también se utiliza este término recordando las encarnaciones de otras deidades. En este sentido, avatar es todo espíritu que ocupa un cuerpo terrenal, que es una manifestación divina en la tierra.
De ahí que este término haya sido tomado para titular Avatar (2009), a una película de ciencia ficción escrita, producida y dirigida por James Cameron, donde los personajes, para conseguir entrar en la atmósfera de Pandora, deben introducirse en un avatar (el cuerpo de un indígena) para interactuar con los nativos del planeta y convencerlos de explotar sus recursos naturales y minerales.




Un avatar es también una vicisitud o incidente que obstaculiza o dificulta el desarrollo o la correcta evolución de alguna cosa. Por ejemplo: “Todos estamos sujetos a los avatares de la vida”.

Finalmente, la palabra avatar también se emplea, en sentido figurado, como sinónimo de reencarnación o transformación.

 Avatar en Informática
En Informática, como avatar se denomina la representación gráfica que, en el ámbito de internet y las nuevas tecnologías de la comunicación, se asocia a un usuario para su identificación en el mundo virtual. Los avatares pueden ser fotografías, dibujos o, incluso, representaciones tridimensionales. Como tal, se pueden ver avatares en videojuegos, juegos de rol, foros de discusión, mensajería instantánea y plataformas de interacción como TwitterFacebook, Instagram.

 Os dejo algunas direcciones para crear Avatares


  crearunavatar.com

¿Cuál es el tuyo?

domingo, 8 de noviembre de 2020

El poema de la semana

Entre cielos tormentosos, rasgados por las nubes y la luz que se abre camino, con la lluvia, los árboles otoñales, las hojas desprendidas.. todo nos invita a la Poesía amorosa, directa, irónica de un prolífico y magnífico poeta llamado LUIS ALBERTO DE CUENCA (Madrid, 1950).
 Os dejo dos muestras, un poema de temática amorosa, dominante en su producción, y un segundo poema que recoge el sentido del humor de este poeta, traductor, letrista e investigador.



ESTOY AQUÍ.

Estoy aquí, mi amor, estoy aquí,
velando tus naufragios en las noches
en que nadie responde, en las heladas
madrugadas vacías, en las tardes
de desesperación y de locura.
Pon en duda, si quieres, que la Tierra
gire en el desolado precipicio
del espacio infinito alrededor
del Sol, o que los astros sean fuego,
o que el amargo río de la vida
desemboque en la muerte. Pero nunca
dudes de que, en la fiebre del fracaso
o en la sed de la angustia, en el abismo
de la ansiedad y del desasosiego,
estoy aquí, amor mío, estoy aquí.

Aunque tú no me veas ni me oigas.

INSOMNIO.

 

 La vida dura demasiado poco.
No da tiempo a hacer nada. No hay manera
de reunir los suficientes días
para enterarte de algo. Te levantas,
abrazas a tu novia, desayunas,
trabajas, comes, duermes, vas al cine,
y ni siquiera tienes un momento
para leer a Séneca y creerte
que todo tiene arreglo en este mundo.
La vida es un instante. No me explico
por qué esta noche no se acaba nunca.

 

Luis Alberto de Cuenca nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950. Interrumpió los estudios de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en Filología Clásica. Es doctor en Filología Clásica y Profesor de Investigación del C.S.I.C., ha sido Director de dicho Instituto y de la Biblioteca Nacional. Hasta 2004 fue Secretario de Estado de Cultura. En 2010 fue elegido académico de número de la Real Academia de la Historia. 

Entre sus muchos reconocimientos destacan: 

Premio de la Crítica de Poesía castellana de 1985 por su libro La caja de plata. 

Premio Nacional de Traducción en 1989 por su traducción del Cantar de Valtario. 

Premio Nacional de Poesía de 2015 por su libro Cuaderno de Vacaciones.

Su obra poética se caracteriza por una lírica irónica y elegante, a veces escéptica, o desenfadada, en la que lo transcendental convive con lo cotidiano. 


Destaca su faceta de letrista musical; suyas son algunas de las letras más conocidas del grupo de rock la Orquesta Mondragón. Alguno de sus poemas ha sido también musicado por Gabriel Sopeña e interpretado por Loquillo.