domingo, 1 de mayo de 2022

Pilar de Valderrama, la mujer que conquistó el corazón de Machado.

 




No sabía

si era un limón amarillo,

lo que tu mano tenía,

o el hilo de un claro día,

Guiomar, en dorado ovillo.

Tu boca me sonreía.

Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?

¿Tiempo en fruto, que tu mano

eligió, entre madureces

de tu huerta?

¿Tiempo vano

de una bella tarde yerta?

¿Dorada ausencia encantada?

¿Copia en el agua dormida?

¿De monte en monte encendida,

la alborada

verdadera?

¿Rompe en sus turbios espejos

amor la devanadera

de sus crepúsculos viejos?

(Canciones a Guiomar)

El autor de 'Campos de Castilla' la conoció durante su estancia en Segovia, en 1928, e inició una intensa relación con ella, platónica y despojada de toda carnalidad, que trasladó a su poesía convirtiéndola en una amada idealizada al modo de la Dulcinea de Don Quijote o la Beatriz de Dante.

Tan etérea era su figura, y tan oculto el romance que ambos mantenían, que durante mucho tiempo se pensó que Guiomar era una invención, que ninguna mujer real inspiraba aquellos versos. El propio Machado jugó a la ambigüedad en sus poemas: «Guiomar, Guiomar / mírame en ti castigado / reo de haberte creado, /ya no te puedo olvidar».

Y a continuación:



Todo amor es fantasía;

él inventa el año, el día,

la hora y su melodía;

inventa el amante y, más,

la amada. No prueba nada,

contra el amor, que la amada

no haya existido jamás.


Sin embargo, sí había una mujer real detrás de Guiomar. Primero fue la amiga de Pilar de Valderrama, Concha Espina, la que lo desveló, en 1950, aunque sin revelar la identidad de la amante. Y finalmente fue la propia poetisa la que confirmó lo que ya empezaba a ser un secreto a voces en sus memorias póstumas 'Sí, yo soy Guiomar', publicadas en 1981, dos años después de su muerte.



El libro incorpora además una selección de las cartas que le dirigió Machado, que confirman la veracidad de su reconocimiento y de la naturaleza de su relación. Una confesión pública que no debió resultarle fácil, a juzgar por una de las cartas de su frecuente correspondencia con Jorge Guillén.En ella le manifiesta que preferiría callar sobre Guiomar, pero que como teme que el silencio sobre su relación con Machado puede romperse tras su muerte «querría dejar bien clara la verdad. Por la verdad misma, por Dios y por la Poesía».
La referencia a Dios probablemente guarde relación con la muy singular naturaleza de la relación que impuso a Machado, debido a su condición de mujer casada y creyente, que no estaba dispuesta a deshonrarse cometiendo una infidelidad. Desde el primer encuentro, Antonio Machado, que aún estaba deprimido por la muerte de su joven esposa Leonor, con la que se había casado en Soria y que había muerto prematuramente, cae rendido ante el encanto de Pilar, y encuentra nuevos motivos para lanzarse con gozo renovado a la aventura de vivir. Sin embargo, la poetisa impone desde el principio el límite de lo platónico.


La suya será una relación de amistad casta. Que ciertamente llegará a ser muy intensa, con una comunicación muy íntima, pero que no pasará de ahí. Serán dos corazones hermanados por un fuego de amor que no se consumará. Las cartas de Machado confirman que el poeta hubiera querido otra cosa..

Cuando Pilar de Valderrama acude a Segovia a conocer al autor de 'Soledades', al que admira, y que se encuentra allí dando clases en un instituto, la futura Guiomar acaba de descubrir que su marido, el ingeniero palentino Rafael Martínez Romarate, ha mantenido durante años una relación amorosa con una amante que acaba de suicidarse, arrojándose por un balcón. «El golpe fue de los que dan en pleno corazón, partiéndolo, triturándolo, dejándolo sangrante en tan amargo despertar (…) sentí como si mi vida quedase truncada, sin meta ni destino», recuerda en sus memorias. «El acendrado catolicismo de Pilar de Valderrama, que ha renunciado resueltamente al amor físico y solo persigue amor espiritual en el poeta, condicionará profundamente la relación entre ambos», confirma la estudiosa Amelina Correa. «Machado la amará con pasión denodada, persiguiendo una imposible plenitud amorosa, y su Guiomar le dará sólo con cuentagotas las muestras de un cariño siempre contenido».

Nunca habló con su familia de aquella aventura. Ni siquiera tras la muerte del poeta, en 1939.

Su vida fue, en cierto modo, privilegiada. No sólo por su condición burguesa, que le permitió situarse en el centro de la vida cultural madrileña y codearse con personalidades tan relevantes como los escritores Jacinto Benavente, Pío Baroja o Eugenio D`Ors, el escultor palentino Victorio Macho, el director teatral Luis Escobar, actrices como María Asquerino, o mujeres influyentes como María de Maeztu. Además, publicó cinco libros de poesía, y una antología, que merecieron los elogios del propio Antonio Machado o de Jorge Guillén. Machado recomendó su libro 'Huerto cerrado' a Miguel de Unamuno asegurándole: «En esa obra encontrará usted acaso algo de su gusto: sobre todo una cierta verdad cordial que ya no se estila». Y Guillén escribirá de su poemario de 1943: «No conozco ninguna otra expresión tan lograda de amor materno como ésta de 'Holocausto', sobre todo en los poemas religiosos de la primera parte».

Con ser dolorosa la infidelidad de su marido, y quizás también la forzada castidad de su relación con Machado, el golpe más duro que recibió Pilar Valderrama en su vida fue la muerte de su hijo Rafael en el frente del Ebro, durante la Guerra Civil. A su dolorosa ausencia dedica su cuarto libro, el citado 'Holocausto'. En el poema 'Clamor por el hijo ausente' escribe: «Mi cuerpo se abre / en un nuevo dolor de alumbramiento, / dolor de este dolor que en mí no cabe». Y más adelante: «Clamo por ti, mi voz se vuelve ronca / y mis pasos se tornan vacilantes… / De tanto abrir los brazos / soñando en el momento de estrecharte / en cruz se me han quedado, / ¡y noche y día vivo esperándote!».

Y en 'El corazón se ha dormido' escribe: «El corazón se ha dormido. / Silencio, no le despiertes, / que así, durmiendo, durmiendo, / ni pena ni olvido siente». La profundidad de sus heridas se percibe también en 'Como si no me doliera', de su colección de poemas 'Espacio' (1958), incluido en su Antología. «Los recuerdos ¡cómo duelen! / los silencios ¡cómo hablan! / Galopa que te galopa / el corazón en su caja; / ¿a qué correr? - le pregunto- / Ya vendrá la que no falla… / Y aquí aguardo sin dejar / de sonreírse mi cara, / como si no me doliera / lo que me duele en el alma».

Si la literatura fue importante en la vida de Pilar de Valderrama, el teatro no lo fue menos. En este caso, por influencia de su marido, que llegó a ser jefe de los Servicios Técnicos de los Teatros Nacionales. Fue conocido como el 'mago de la luz' y desarrolló su labor en el Teatro María Guerrero desde 1940. Pero mucho antes, entre 1929 y 1930, en el amplio salón de su casa familiar en Pintor Rosales, el matrimonio Martínez Valderrama montó uno de los primeros teatros experimentales de España, el Fantasio. La primera obra que se representó en él fue 'El príncipe que todo lo aprendió de los libros', de Jacinto Benavente, que acudió a la representación. Los hijos del matrimonio y otros amigos, como Pilar Regoyos, hija del pintor Darío de Regoyos, se encargaron de interpretar la obra. Y de allí nació, al menos, una afortunada vocación teatral: la de su hija Alicia Martínez Valderrama, que llegaría a ser una de las actrices habituales del Teatro María Guerrero y reputada autora teatral.

Pero la dimensión teatral de su vida no quedó ahí. «Solían acudir al teatro a Valladolid, que por entonces era una plaza teatral importante. Y en Palencia toda la familia montó una compañía de teatro ambulante que representó autos sacramentales por catedrales y ciudades. Su marido participó en el montaje del mítico 'Don Juan Tenorio' de Luis Escobar, con escenografía de Salvador Dalí, que se estrenó en Madrid, pero se representó en otras ciudades, entre ellas Valladolid y Salamanca.

Alrededor de Pilar de Valderrama se fue tejiendo una tela de araña en la que se vieron implicados una serie de grandes personalidades de la época, como los escritores de la generación del 27, pintores, médicos como Gregorio Marañón, músicos, mujeres influyentes… «A lo mejor sin ella la historia de la cultura española hubiera sido distinta».

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