El próximo 22 de febrero se cumplen 80 años de la muerte de Antonio Machado en Colliure, la ciudad francesa a la que había llegado un mes antes tras huir de España ante el avance de las tropas franquistas.
Aquí os dejo el relato de sus últimos días:
Antonio Machado, un hombre «en el buen sentido de la palabra bueno», se situó siempre en las coordenadas de la izquierda. De ello queda constancia en sus artículos y en sus poemas.
Aquí os dejo el relato de sus últimos días:
Antonio Machado, un hombre «en el buen sentido de la palabra bueno», se situó siempre en las coordenadas de la izquierda. De ello queda constancia en sus artículos y en sus poemas.
Cuando en 1936 los militares de Marruecos dieron su golpe de Estado,
Machado ya había vuelto a Madrid. A finales de ese año la toma de la ciudad por
los franquistas parecía inminente y el Gobierno de la República se trasladó a
Valencia.
La Alianza de Intelectuales tomó entonces la decisión de evacuar a una serie de escritores a zonas más seguras del país. Machado, por su edad y por su importancia –y también porque era un hombre ya viejo y enfermo-, fue uno de los elegidos.
En
Valencia, Machado y los suyos (su madre, su hermano José y la mujer y las hijas
de éste) se alojaron inicialmente en el Palace, un hotel del centro que las
autoridades republicanas habían renombrado como «Casa de la Cultura» y donde se
concentraban los intelectuales.
Sin
embargo, no estaba a gusto allí. Le requerían constantemente para charlas,
tertulias o actividades y él prefería llevar una vida tranquila. Al cabo de
unas semanas, lo trasladaron a Villa Amparo, un chalet situado en Rocafort, a
las afueras de Valencia. En esa casa (que hace bien poco compró la
Generalitat Valenciana) pasó una temporada relativamente plácida, por más que
de vez en cuando se viera sobresaltado por los bombardeos que tenían lugar en
zonas próximas.
En
Villa Amparo trabajó Machado mucho. Escribió poemas artículos o conferencias
como las que dio ante las Juventudes Socialistas Unificadas o en el II Congreso
Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.
Fue
en esa etapa valenciana cuando dio por finalizado «Poesías de la guerra», el
que será su último libro, con poemas tan conocidos como el que dedicó al
asesinato de Lorca («El crimen fue en Granada»), a la defensa de Madrid o a
Enrique Líster.
En Villa Amparo le hicieron también esta
foto, una de las que más se reproducen cuando se habla de las vicisitudes que
debió atravesar en sus últimos años.
Pero, ante el
temor a que Valencia quedara aislada, las autoridades republicanas conminaron a
los Machado a embarcarse en una nueva mudanza. Esta vez se trasladaron a
Barcelona. Era mayo de 1938.
Igual que en
Valencia, los primeros días barceloneses transcurrieron en un hotel, el
Majestic, pero pronto se instalaron en la Torre Castañer, un palacete de la
zona de Sant Gervasi. Pese a la suntuosidad del edificio, no había carbón para
calentarse, ni apenas alimentos.
El 22 de enero de 1939, cuando los franquistas ya estaban sobre Barcelona, los Machado se metieron en un coche facilitado por la Dirección de Sanidad para tomar el camino de los Pirineos.
A la familia la
acompañan el escritor Corpus Barga, el filósofo Joaquín Xirau, el humanista
Carles Riba y el filólogo Tomás Navarro Tomás. Y también los cientos de miles
de españoles que, como ellos, trataban de cruzar la frontera. Empezaba lo que
se conoce como «la Retirada».
En algún momento
de ese camino del exilio José Royo hizo esta foto, la última que le tomaron en
España. En ella se ve a un Machado exhausto y meditabundo junto a sus
acompañantes, a las puertas de uno de los refugios que emplearon en su escapada.
Pasaron su última noche española en
Viladasens. Cuando faltaba medio kilómetro para llegar a la frontera tuvieron
que abandonar su coche y sumarse a la riada humana que pugnaba por cruzar los
Pirineos. Ahí perdió sus maletas, con sus efectos personales y sus papeles.
En la aduana les
esperaban unas arduas gestiones que superaron gracias a la mediación de Corpus
Barga, que tenía permiso de residencia en Francia. Un coche les condujo a
continuación hasta la estación de Cerbère, el primer pueblo francés en la línea
de costa mediterránea.
Las autoridades
permitieron que pasaran la noche en un vagón estacionado en vía muerta. En la
estación de Cerbère alguien le sacó a Machado la que terminó siendo su última
fotografía. Ésta:
A la mañana
siguiente, fue Corpus Barga quien sugirió al grupo un destino que les
permitiera evitar la crudeza de los campos de concentración de las playas del
sur de Francia. Ese destino era una pequeña localidad costera del Rosellón:
Collioure.
Era un lugar con
cierta fama. Fue residencia de los reyes de Mallorca y sus costas y sus luces
habían sido pintadas por Henri Matisse y André Derain, ambos abanderados del
fauvismo.
Llegaron a Collioure en tren. En la estación, se encontraron con un joven ferroviario al que preguntaron dónde podían instalarse. Ese hombre, al que veis aquí, se llamaba Jacques Baills y les sugirió que buscasen alojamiento en el hotel Bougnol-Quintana, a unos pocos metros.
Llegaron a Collioure en tren. En la estación, se encontraron con un joven ferroviario al que preguntaron dónde podían instalarse. Ese hombre, al que veis aquí, se llamaba Jacques Baills y les sugirió que buscasen alojamiento en el hotel Bougnol-Quintana, a unos pocos metros.
El trayecto,
efectivamente, era breve, pero llovía a mares y el frío era helador. Corpus
Barga cogió en brazos a Ana Ruiz, la madre de Machado. La anciana, entre los
achaques propios de la edad y los rigores de la huida desde España, estaba
delirando.
«¿Llegaremos
pronto a Sevilla?», le preguntaba a Corpus Barga mientras descendían por una
calle en pendiente hasta el centro del pueblo. La pobre mujer estaba convencida
de que iban de vuelta a su ciudad natal.
Adonde llegaron fue a una pequeña
placita. Vieron una tienda abierta y entraron a refugiarse. Era la mercería de
Juliette Figuères, quien tenía simpatías por la causa republicana y proporcionó
a los Machado mantas, café caliente y un poco de conversación.
Les confirmó
que, tal y como les habían dicho en la estación, no encontrarían mejor sitio
que el Bougnol-Quintana. Su dueña, Pauline Quintana, también sentía simpatías
por los republicanos españoles y los acogería de buen grado.
El hotel estaba
justo enfrente de la mercería, pero entre uno y otra discurría el arroyo Douy.
En aquel invierno bajaba tan crecido que era necesario rodearlo y los Machado
se encontraban exhaustos. El marido de Juliette les consiguió un taxi para que
fueran hasta allí.
En el hotel
constataron que su dueña los recibía de buen grado y descubrieron que ya se
hospedaban allí otros refugiados. Los instalaron en unas habitaciones de la
segunda planta. En Collioure nadie sabía quién era Antonio Machado. Se trataba,
simplemente, de un refugiado más.
Esa misma noche, o al día siguiente, pasó por el Bougnol-Quintana Jacques
Baills, aquel ferroviario con el que los Machado se habían encontrado en la
estación.
Le preguntó a
Pauline Quintana si habían ido por allí unos españoles que le habían pedido
indicaciones, y cuando se puso a mirar el libro de registro del establecimiento
encontró en él el nombre de Antonio Machado.
El intelectual catalán Josep Maria Corredor publicó en Le Figaro Littéraire un artículo titulado «Un grand poète attend son tombeau» que movilizó a intelectuales de todas partes del mundo.
El joven Baills recordó que, en sus clases de español, el
profesor les había hecho copiar y memorizar varios poemas españoles, entre
ellos algunos de un tal Antonio Machado. Baills aún podía recitar de memoria uno
de ellos, el famoso «Recuerdo infantil».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Al día siguiente, Baills acudió al hotel para hacerse el
encontradizo. Machado estaba sentado en el comedor. El ferroviario se acercó y
le preguntó: -¿Es usted Antonio Machado, el poeta? -Sí. Soy yo –respondió él
sin el menor apasionamiento.
Empezó entonces una buena, aunque breve, amistad. Jacques
Baills le prestó a Machado libros de Pío Baroja y Máximo Gorki. También una
biografía de Blasco Ibáñez. Juliette Figuères, la mercera, le proporcionaba
periódicos atrasados.
Un día, la señora Figuères supo que los hermanos José y Antonio
Machado sólo disponían de una camisa cada uno. Cuando uno de ellos lavaba la
suya, compartían la única que les quedaba, de forma que tenían que alternarse
para bajar al comedor. En
aquel momento, ella misma les regaló más camisas y algunas mudas. Es la mejor
muestra de la pobreza extrema por la que pasó Machado en sus momentos finales.
Apenas salía. Sólo daba
pequeños paseos por los alrededores del hotel y una vez le pidió a su hermano
que le llevase a ver el mar. Fueron hasta la playa de Boramar, desierta en
aquella época del año.
Su hermano José contó que Antonio se quedó mirando las
casas de los pescadores y dijo: «Quién pudiera vivir ahí, tras una de esas
ventanas, libre ya de toda preocupación». No volvería a salir del hotel.
Unos días antes, por la tarde, Machado había bajado al
salón del Bougnol-Quintana con un pequeño joyero que entregó a su propietaria. "Es tierra de España. Si muero en este pueblo, quiero que me entierren con
ella. Mis días, señora, están contados".
Fue una premonición. Su salud cayó en picado. En torno al
20 de febrero, y tras dictar una carta al secretario de la Embajada de España
en París, entró en coma. Falleció dos días después, 22 de febrero de 1939, a
las tres y media de la tarde. Era Miércoles de Ceniza
Al amortajarle, encontraron entre sus ropas un papel con
tres apuntes manuscritos. El primero era una conocidísima cita, en inglés, del
«Hamlet» de Shakespeare: «To be or not to be»
El segundo, una transcripción de una de las canciones que
le había escrito a su deseada Pilar de Valderrama, alias Guiomar:
«Y te daré mi
canción,
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde que la diga en tu
balcón.»
El tercer apunte fue el que quedó para la historia como su
último verso, probablemente el inicio de un poema que comenzó a escribir allí,
en Collioure, y que quedó inconcluso:
«Estos días azules y este sol de la
infancia»
Unos amigos de Pauline Quintana ofrecieron un nicho de su
panteón familiar. Allí enterraron a Machado y allí enterrarían también a su
madre, que falleció el 25 de febrero.
Los funerales de Machado, civiles por expreso deseo suyo,
fueron multitudinarios. Desde todo el Rosellón llegaron cientos de exiliados
que quisieron presentarle sus respetos. El cortejo hizo un recorrido por el
centro de Collioure.
Casi veinte años después de su fallecimiento, en 1958, la familia
que había cedido el nicho necesitó hacer uso de él y existía un riesgo cierto
de que los restos de Machado y de su madre terminaran en una fosa común.
Pau Casals quiso correr con todos los gastos, pero no se lo
permiteron, preferían una suscripción popular.
El intelectual catalán Josep Maria Corredor publicó en Le Figaro Littéraire un artículo titulado «Un grand poète attend son tombeau» que movilizó a intelectuales de todas partes del mundo.
Comenzó a llegar dinero con
el que pagar una sepultura digna que se inauguró ese año.
Hace 60 años que Machado reposa en su tumba. El día de la inhumación, Casals quiso participar en el acto con su chelo, pero la familia prefirió evitar manifestaciones públicas en ese momento. Unos días después el músico acudió, en privado, al cementerio, colocó una silla ante la tumba e interpretó el "Cant dels ocells".
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