domingo, 27 de febrero de 2022

El poema de la semana

 Mañana 28 de Febrero celebramos el Día de Andalucía Andalucía siempre ha sido tierra fértil para la poesía, siempre se ha hablado de Andalucía como tierra de poetas, Séneca, Lucano, Góngora, la poesía andalusí, Bécquer, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Antonio y Manuel Machado, Federico García Lorca, Rafael Guillén, Javier Egea, Luis García Montero... pero también ha sido tierra de las mujeres que pusieron protesta, alegría y tristeza en sus versos: Wallada, María Zambrano, Ángeles Mora, Aurora Luque, Julia Uceda, María Victoria Atencia…

Nuestro compañero David Vázquez, profesor de Lengua castellana y Literatura, nos trae el poema de esta semana, un poema de una de esas mujeres que, aunque vivió y escribió la mayor parte de su vida en Madrid, nunca olvidó su ciudad natal y las tierras del sur siempre fueron eje vehicular de su obra: Concha Lagos.



Nació en Córdoba en el año 1907, y aunque su nombre verdadero fue Concepción Gutiérrez Torrero se dio a conocer con el seudónimo de Concha Lagos tomado del primer apellido de su marido el arquitecto Mariano Lagos, cosa bastante habitual en aquellos tiempos.

Pasó toda su niñez en Córdoba y en la adolescencia se trasladó con su familia a Madrid, donde estudió Filosofía y Letras.

Se casó y vivió siempre en la capital de España, aunque nunca olvidó su Patria Chica, haciéndolo notar en su poesía. Se hizo merecedora de un puesto de en la Real Academia de Córdoba, dirigió la revista Ágora con Rafael Millán donde publicaron jóvenes escritores como Umbral o Hierro; publicó en España e Hispanoamérica y entre sus obras principales podemos destacar: Balcón (1958); La soledad de siempre (1958); Canciones desde la barca (1962); Con el arco a punto (1984) o Atados a la tierra, (1997) entre otros muchos.



También nos dejó trabajos en prosa de reconocida calidad como: Al sur del recuerdo (1955); La vida y otros sueños (1969) o El pantano (1954). Y teatro: Después del mediodía escrita en 1962.

En el año 2002 le fue concedida  la medalla de Andalucía.

Concha Lagos. Medalla de Andalucía.

Boja nº 29.  9 de marzo 2002

Doña Concepción Gutiérrez Torrero, escritora cordobesa conocida profesionalmente con el nombre de Concha Lagos, es una destacada figura de la literatura contemporánea de habla hispana, y un ejemplo ilustrativo del gran potencial que representan las mujeres en Andalucía.

Autora con amplias inquietudes culturales, el compromiso de Concha Lagos con la creación literaria se ha reflejado en la intensa actividad desplegada durante la última mitad del siglo XX. Instituciones como la Real Academia de Córdoba o, en un orden más específico, el mundo editorial, el teatro y, sobre todo, la poesía, son testigos de excepción de la capacidad de trabajo, la vitalidad y creatividad de esta andaluza afincada en Madrid que, sin embargo, ha mantenido siempreviva la conexión e identidad con sus raíces.

Directora de revistas y colecciones tan importantes como «Agora» y colaboradora habitual de las publicaciones españolas y latinoamericanas más prestigiosas, la calidad de la obra de Concha Lagos alcanza su punto culminante en el universo poético.

La profundidad y la belleza de sus imágenes, cinceladas a través del dominio del lenguaje, han merecido el reconocimiento generalizado de los especialistas, así como la admiración y la fidelidad de numerosos lectores. Doña Concha Lagos representa, por tanto, un valioso exponente de la mejor tradición literaria andaluza y ha conseguido, por méritos propios, formar parte de esa selecta galería de autores andaluces que han contribuido a enriquecer la literatura española y universal.



miércoles, 23 de febrero de 2022

Mitos griegos... de ayer, de hoy, de siempre.


¿Qué es un mito?

Un mito ( del griego μῦθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, los cuales buscan dar una explicación a un hecho o un fenómeno.



Un mito es una narración fabulosa que relata el origen de los elementos más importantes para una cultura. En este tipo de narración, los protagonistas son dioses o héroes. A diferencia de los relatos puramente fantasiosos, los mitos se originan en las creencias religiosas de una comunidad y, por eso, nos dicen acerca del modo en que una cultura considera el mundo natural y social que la rodea.
Todas las civilizaciones han atravesado un momento de su historia que es anterior al desarrollo del pensamiento racional y científico, y han buscado respuestas a sus temores, sus desconciertos y sus esperanzas a través de relatos que procuraban explicarlos.

De ese modo han creado historias que, hoy día, nos deslumbran con su belleza, como el mito griego que explica la sucesión de las estaciones a lo largo del año.


Según ese relato, Hades, el dios de los muertos, se había enamorado de la joven Perséfone y la llevó con él a su palacio en el mundo subterráneo. Pero esta acción planteó un grave problema: la madre de Perséfone era Deméter, la diosa de la agricultura.
Desesperada por la desaparición de su hija, Deméter cayó en una enorme tristeza, se aisló en una montaña y, en su ausencia, la tierra dejó de dar frutos. Zeus, el rey de los dioses, no pudo soportar esa desolación y envió a su hijo Hermes para que convenciera a Hades de dejar libre a la muchacha durante una parte del año. Por eso, decían los griegos, tenemos seis meses en que la tierra está triste y no da frutos, y otros seis en los que, al volver Perséfone con su madre, la tierra se alegra y florece.

Al principio, los mitos estaban ligados a ritos de tipo religioso.

¿Cómo surgieron los mitos?

En su origen, los mitos son relatos anónimos. No sabemos quién fue el primero en contar un mito, porque los mitos pertenecen al alma de un pueblo.
Otra característica de los mitos es que las acciones que narran se ubican en un tiempo indefinido y en lugares poco precisos. Surgen porque todos los pueblos, en algún momento de su historia, sintieron la necesidad de explicar el universo, los orígenes de la Tierra, de su gente, de sus costumbres y tradiciones, y también los fenómenos naturales.

Muchas civilizaciones de distintos lugares del mundo y en diversos momentos históricos buscaron explicar los mismos hechos, sucesos o fenómenos por medio de los mitos. Por eso, no debe extrañarnos que culturas tan diferentes como la griega, la egipcia o la maya, entre muchísimas otras, hayan creado relatos míticos que explican, por ejemplo, la sucesión de las estaciones a lo largo del año. Y tampoco debe sorprendernos que esos relatos no sean iguales: cada cultura, cada civilización, elaboró sus propios mitos siguiendo sus creencias y su modo de entender el mundo, y los adecuó a aquello que es creíble para los integrantes de cada comunidad en particular.

Para nosotros, los mitos hoy por hoy pueden ser tomados como pura fantasía porque nos presentan hechos y personajes sobrenaturales; sin embargo, es importante recordar que, para las civilizaciones que les dieron origen, narraban historias que se consideraban verdaderas: cada pueblo necesitó comprender su entorno, su naturaleza, para poder sentirse más seguro, y los mitos colaboraron para que eso sucediera.

Los mitos griegos

La mitología griega comprende el conjunto de mitos pertenecientes a los antiguos griegos —un pueblo cuyos orígenes se remontan a aproximadamente 1.200 años antes de Cristo y alcanzó su esplendor en el siglo v antes de nuestra era— y que fueron reelaborados por la civilización romana cuando invadió Grecia e incorporó gran parte de su cultura y su religión.

 Esos mitos cuentan historias de dioses y de héroes, relatan el origen del mundo y explican, también, fenómenos naturales. Los dioses de la mitología griega tenían figura humana y personificaban las fuerzas del universo; por ejemplo, el rayo, la furia del mar, el misterio del mundo subterráneo, el amor y la discordia.

Al igual que los hombres, los dioses a veces tenían un estricto sentido de la justicia y otras veces eran vengativos o celosos. Los humanos solían solicitarles el favor de sus poderes y, para obtenerlo, sacrificaban bueyes o corderos. Sin embargo, esos sacrificios no eran siempre efectivos, ya que los dioses griegos se comportaban de manera muy caprichosa.
Al igual que lo sucedido con otras culturas, los mitos griegos comenzaron siendo de tradición oral —es decir, se contaban de padres a hijos— y, por lo tanto, nunca se transmitían exactamente de la misma manera. Cada vez que alguien contaba una de esas maravillosas historias podía agregarle algún detalle o quitarle algún otro; pero siempre los personajes, la historia y el sentido general del mito mantenían la esencia de su origen.

Con el correr del tiempo y la aparición de la escritura, los mitos fueron incorporados a diversas obras literarias. Así llegaron a nuestros días y de ese modo podemos conocerlos y seguir disfrutando de ellos.


Entre las obras más importantes inspiradas en los mitos griegos se encuentran la Ilíada y la Odisea —dos poemas épicos atribuidos a Homero—, la Teogonía y Trabajos y días —dos poemas didácticos escritos por Hesíodo—, y las tragedias compuestas por Esquilo, Sófocles y Eurípides. 

En el mundo romano, la obra fundamental es el extenso poema llamado Las metamorfosis, de Ovidio. 

Desde el Olimpo

El monte Olimpo es una de las mayores elevaciones de Grecia. Según la mitología, en la cima de ese monte vivían los principales dioses, que por ese motivo se conocían con el nombre de dioses olímpicos.
Los dioses olímpicos eran: Zeus, Hefesto, Atenea, Apolo, Hermes, Artemisa, Poseidón, Eros, Afrodita, Ares, Dioniso, Hades, Hestia, Deméter y Hera.
Los griegos habían elaborado muchas fantasías acerca de cómo era el hogar de los dioses. Se lo imaginaban como una mansión grandey espaciosa, donde los dioses formaban una sociedad que estaba organizada en función de la autoridad mayor, que era la del dios Zeus.

Zeus (Júpiter para los romanos) era el dios del cielo y del rayo: junto a su esposa Hera (la Juno romana) gobernaba a los dioses del monte Olimpo como si fuese un gran jefe al que todos acudían. Su hermano Poseidón (el Neptuno de los romanos) tenía poder sobre los mares y Hades (el Plutón de los romanos) reinaba sobre el mundo subterráneo. Eros (Cupido) y Afrodita (Venus) eran las divinidades del amor; Ares (Marte), el dios de la guerra; Atenea (Minerva) era también una diosa combativa que representaba la sabiduría y protegía las técnicas; su hermano Apolo simbolizaba la claridad del Sol y sus atributos eran el arco y la lira; Artemisa (Diana) era la protectora de la vida silvestre y se la relacionaba con la Luna, y Hermes (Mercurio) era el guardián del comercio y el mensajero de los dioses. Hefesto (Vulcano) era el herrero de los dioses, mientras que Dioniso (Baco) era el dios del vino.


Dioses, héroes y mortales

Los dioses olímpicos eran seres inmortales y todopoderosos. Su bebida era el néctar y su comida, la ambrosía, sustancias exquisitas relacionadas con la inmortalidad. Tenían forma humana y sus sentimientos eran similares a los de los seres humanos. Sentían envidia, amor, celos, ira, alegría, y reaccionaban como puede reaccionar cualquier mortal: se enojaban, planeaban venganzas, ayudaban a sus favoritos, hacían sufrir a aquellos con quienes se enojaban, se peleaban, se enamoraban, discutían y se reconciliaban. A diferencia de los seres humanos, los dioses del Olimpo poseían el don de la belleza y la juventud eterna; podían llegar a sufrir, pero jamás morían. A menudo se presentaban ante los mortales asumiendo “disfraces” de animales o haciéndose pasar por seres humanos.

Muchas veces los dioses engendraban hijos con seres humanos. Los descendientes de esas uniones eran héroes y heroínas (o semidioses), que tenían algunas características exclusivas de los dioses y otras de los mortales. Poseían dones y poderes especiales; pero, a diferencia de los dioses, eran mortales. Los héroes estaban en contacto con los dioses y se vinculaban con ellos para que los ayudaran a vencer, con sus poderes, los obstáculos y las dificultades que se les presentaban.



Algunos de los muchísimos héroes de la mitología griega son Heracles, Helena y Eneas. Heracles (Hércules, para los romanos), hijo del dios Zeus y la mortal Alcmena, tenía una enorme fuerza. Helena, hija de Zeus y Leda, era famosa por su belleza. Eneas, uno de los héroes que combatieron en la guerra de Troya, había nacido de la unión de la diosa Afrodita con Anquises, un mortal.

En la mitología griega también existen las deidades menores o secundarias, como las ninfas, las cuales están vinculadas con diversos elementos de la naturaleza. Además, son frecuentes las criaturas fantásticas: los monstruos, como Medusa, o los seres que son mitad animal y mitad humano, como las sirenas o los centauros.




Prometeo, Pandora, Deucalión y Pirra (el equivalente griego al arca de Noé de la Biblia) Apolo y DafneHércules y la hidra de Lerna, el rapto de Europa, Teseo y el minotauro, Ícaro y Dédalo, Edipo y el enigma de la esfinge, Aracne, Perseo, Orfeo y Ulises forman los 14 mitos relatados en libro Mitos griegos de María Angelidou.



martes, 22 de febrero de 2022

LA MUJER Y LA LITERATURA REALISTA

Mujeres lectoras y mujeres protagonistas

El papel de la mujer en la literatura realista es de suma importancia, tanto por su condición de lectora como por la creación de personajes femeninos emblemáticos que encarnan los conflictos sociales y emocionales de la época. Existen varios estudios en torno a estos aspectos; sirvan como ejemplos los siguientes fragmentos de dos artículos.

               Las lectoras en el siglo XIX

" El acceso de la mujer a la cultura –me refiero a la cultura del libro y la lectura– es un hecho trascendental del siglo XIX, ignorado con escandalosa frecuencia y, sin embargo, de una evidencia aplastante. La presencia femenina se manifiesta en la abrumadora cantidad existente de revistas para mujeres –en su mayoría, además, dirigidas y escritas por mujeres–,muchas de las cuales, por otra parte, incluyen en sus páginas relatos breves, o novelas distribuidas en diferentes entregas, por lo común de naturaleza sentimental.
Hay también colecciones narrativas dirigidas a un público femenino, como la Biblioteca de señoras, Las galas del amor o la celebérrima Biblioteca rosa.
Como en cualquier relación de mercado, el crecimiento de la demanda provoca un incremento de la oferta. Y la nómina de narradoras del siglo XIX –dejando aparte los grandes nombres ya conocidos, desde Fernán Caballero a la Pardo Bazán– es riquísima, aunque para muchos lectores de hoy sus nombres no resulten ya familiares.
Pero, además, esta mujer que irrumpe como consumidora de literatura –y muy especialmente de narraciones– pertenece por lo común a una clase social acomodada; apenas tiene que ocuparse de tareas caseras –ni, claro está, desempeña actividades laborales– porque dispone de abundante servicio doméstico y, por consiguiente, de horas libres, mientras el marido atiende sus negocios, acude al café o participa en tertulias. Las formas de vida favorecen un distanciamiento entre los cónyuges y, dado que la mujer dedica horas de ocio a la lectura, este asunto –que podríamos enunciar como la soledad de la mujer casada–aparece a menudo en la novela decimonónica, que es, y no por casualidad, una novela centrada esencialmente en los tipos femeninos, desde La Gaviota, de Fernán Caballero, hasta las mujeres de Galdós –doña Perfecta, Gloria, Fortunata…– o de la Pardo Bazán, o la Ana Ozores de Clarín. La soledad y la insatisfacción ofrecen a menudo, como desembocadura dramática, el adulterio, y no es la literatura española la única en hacerse eco de esta situación frecuente."
                                                                                                     RICARDO SENABRE
                                                                             «La novela, entre dos siglos»

                  Las novelas de adulterio

" En Fortunata y Jacinta se establece un diálogo con la tradición misma de la novela de adulterio, introduciendo aspectos nuevos, renunciando a situaciones típicas y al triángulo unívoco. … Es una novela que presenta no un caso aislado de adulterio, sino todo un mundo al que este se incorpora. En realidad puede ser vista como una acusación social aún más fuerte que la de La Regenta. En Fortunata y Jacinta la situación sin salida adquiere matices más graves, subrayando el factor de las jerarquías sociales. Dedicando mucha más atención y espacio a la presentación de varios estratos de la sociedad madrileña en su evolución, uniéndolo a los acontecimientos históricos y la situación económica nacional, Galdós da a entender que estas dos historias no son algo excepcional, sino una muestra característica de la vida española. Se trata de una sociedad que adelanta por medio de casamientos, pero los respeta solo dentro de su propio círculo y clase social. … Lo que le interesa a Galdós no es tanto mostrar el caso particular como denunciar la actitud prevaleciente, la injusticia social general."
                                                              BIRUTÉ CIPLIJAUSKAITÉ
                                              «La adúltera “honrada”: Fortunata y Jacinta»




La mujer en la novela del siglo XIX

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la mujer se convirtió en la protagonista de algunas de las obras más importantes de la literatura universal. Autores realistas y naturalistas indagaron en la psicología femenina y construyeron profundos análisis de la sociedad burguesa de su tiempo, abordando temas como la rutina, la falta de expectativas, la vida provinciana o la falsa moral de las clases acomodadas.
Entre esas novelas destaca, en primer lugar, Madame Bovary, de Gustave Flaubert, que sentó el modelo que más tarde seguirían Leopoldo Alas «Clarín» en La Regenta, y el novelista ruso León Tolstoi en Ana Karenina.

              La soledad de Emma 

Emma Bovary, casada con el médico Charles Bovary, acaba de tener un niño. Lleva una vida apacible en una pequeña villa francesa, pero se siente infeliz y desdichada. Allí conoce a un joven llamado León, de quien se enamora.

"León ignoraba que cuando salía de casa de ella, desesperado, Emma levantábase tras él para verle por la calle.
Inquietábanla sus acciones, espiaba su rostro, hasta inventó una historia para poder visitar su cuarto. La mujer del farmacéutico era para ella dichosísima porque dormía bajo el mismo techo, y sus pensamientos iban de continuo a posarse en aquella casa, como los pichones de El León de Oro, que acudían allí para remojar en los canales sus sonrosadas patitas y sus níveas alas. Pero mientras más percatábase de su amor, más y más lo reprimía, para que no se mostrase y disminuyese. Hubiera querido que León lo adivinase, y se imaginaba catástrofes e incidencias que a ello condujeran. Lo que, sin duda, la contenía era el espanto o la pereza, como asimismo el pudor. Pensaba que había exagerado la nota, que ya no era sazón, y que todo estaba perdido. El orgullo, además, y el placer de decirse: «Soy virtuosa», y de contemplarse, con resignado talante, en el espejo, consolábala un poco del sacrificio que creía hacer.
En aquel punto, los apetitos carnales, las codicias de dinero y las amorosas melancolías, todo confundiose en un mismo sufrimiento, y en lugar de desentenderse, su imaginación aferrábase más a él, excitándola a sufrir y buscando cuantas ocasiones se presentaban. Un plato mal servido o una puerta entreabierta eran motivos de irritación, y quejábase de no poseer vestidos de terciopelo, de su carencia de felicidad, de la excesiva elevación de sus ensueños, de la angostura de la vivienda.
Y lo que más la exasperaba era que Carlos no parecía percatarse de su suplicio. La convicción abrigada por su marido de hacerla dichosa considerábala como un necio insulto, y como una ingratitud, su seguridad a este propósito. ¿A qué, pues, su prudencia? ¿No era él, acaso, el obstáculo para toda felicidad, la causa de toda miseria y como la opresora hebilla de aquel complejo cinturón que la oprimía por todos lados?"
                                                                                            GUSTAVE FLAUBERT
                                                                                                    Madame Bovary


 Los pensamientos de Ana 

Ana Karenina visita a su hermano y a su cuñada en Moscú, donde conoce casualmente al joven conde Vronsky. Ella está casada y se mantiene fiel a su esposo; sin embargo, en su regreso en tren a San Petersburgo, no consigue dejar de pensar en el conde.


 «¡Gracias a Dios, todo ha terminado!», fue lo primero que pensó Ana Arkadievna cuando se despidió por última vez de su hermano, el cual permaneció en el andén, impidiendo la entrada al vagón, hasta que sonó por tercera vez la campana. Ana se sentó en su asiento al lado de Anushka, examinando todo en torno suyo, a la media luz del coche cama. «¡Gracias a Dios, mañana veré a Serioja y a Alexey Alexandrovich y reanudaré mi agradable vida habitual.»…Al principio no pudo leer. Le molestaba el ajetreo y el ir y venir de la gente; cuando el tren se puso en marcha fue imposible no prestar atención a los ruidos; luegose distrajo con la nieve que caía, azotando la ventanilla izquierda, el revisor que pasaba, bien abrigado y cubierto de nieve, y los comentarios respecto de la borrasca que se desencadenaba. Más adelante seguía repitiéndose lo mismo, el traqueteo, la nieve en la ventanilla, los bruscos cambios de temperatura, pasando del calor al frío,y viceversa; los mismos rostros en la penumbra y las mismas voces; pero Ana leía ya, enterándose del argumento. … Ana se enteraba de lo que leía, pero aquella lectura le resultaba desagradable, es decir, le molestaba el reflejo de la vida de otras personas. Tenía demasiados deseos de vivir ella misma. …El héroe de la novela estaba ya a punto de conseguir lo que constituye la felicidad inglesa: el título de barón y una finca, y Ana deseó ir allí con él, cuando de pronto creyó que aquel hombre debía de sentir vergüenza y ella la sintió también. Pero ¿por qué sentía vergüenza? «¿De qué me avergüenzo?», se preguntó, asombrada y resentida. Dejó el libro y se recostó en la butaca, apretando la plegadera entre las manos. No había nada vergonzoso. Repasó todos sus recuerdos de Moscú. Todos eran buenos y agradables. Recordó el baile, a Vronsky, con su rostro sumiso de enamorado, y el trato que tuviera con él: no había nada para avergonzarse. Pero al mismo tiempo, precisamente en este punto de sus recuerdos, la sensación de vergüenza aumentó, como si una voz interior le dijera cuando pensaba en Vronsky: «Te ha sido muy agradable, te ha sido muy agradable.» «Bueno, ¿y qué? –se preguntó con decisión–. ¿Qué significa esto? ¿Acaso temía enfrentarme con una cosa así? ¿Es posible que entre ese oficial tan joven y yo existan o puedan existir otras relaciones que las que tengo con cualquier conocido?» Sonrió con desprecio, abriendo de nuevo el libro; pero ahora le era completamente imposible entender lo que leía."
                                                       
                                           LEON TOLSTOI
                                                                                                                        Ana Karenina





domingo, 20 de febrero de 2022

El poema de la semana

 La propuesta de esta semana nos viene por parte de Juan Carlos Consuegra, profesor de Geografía e Historia del IES Alhakén II. Como buen especialista en su materia, nos explica el origen del carnaval, fiesta que parece que por fin podremos recuperar después de la emergencia sanitaria provocada por la pandemia.

«Si bien el Carnaval tiene un origen claramente pagano, atribuyéndose a las fiestas del Dios del vino, el caos y la fiesta (Baco) o a las fiestas de Apis en el Egipto faraónico, se ha asociado con países de tradición católica como Italia, España o Portugal, países que llevarán a América esta tradición.

En España se documenta su existencia desde la Edad Media y cogerá ya una fuerza inusitada en el Renacimiento. Carnaval significa despedir la carne, por lo que desde el jueves antes del domingo de Carnaval, el jueves lardero, en toda Castilla y zonas de Andalucía se comerá el clásico hornazo con chorizo, carne de cerdo y tortilla, de este modo, “jueves lardero, chorizo entero”.»

¿Y qué poema nos propone? Pues él ha elegido a un personaje polifacético, un artista en el mejor sentido de la palabra, que bien podría representar el espíritu del carnaval: el cantautor y poeta ubetense Joaquín Sabina (1949).

Con una dilatada trayectoria en la reciente historia musical de España, siendo además una persona públicamente comprometida con la política desde la izquierda, Sabina es uno de los referentes culturales de las últimas décadas en nuestro país.



Las letras de sus canciones son auténticos poemas existenciales. En ellas podemos ver reflejadas las inquietudes que son comunes a los seres humanos, sobre todo en lo referente al amor y a su inseparable compañero, el desamor. El poema que vais a leer - un brindis - es toda una declaración de intenciones.

I

Brindo por las guitarras despeinadas,
por los adúlteros sin indulgencia,
por los pecados contra la prudencia,
por los escombros de la madrugada.

II

Brindo por los abuelos sin medallas
que no cuentan batallas a sus nietos,
por las abuelas que zurcen y callan,
por la acuarela, el thriller, el soneto.

III

Brindo por Medellín, por Guanajuato,
Isla Negra, Macondo, Guatemala,
Región, Santa María, Chiapas, Comala,
la rumba, el son, la cumbia, el vallenato.

IV

Hoy brindo por los sabios despistados,
los parados, los santos inocentes,
los que luchan con uñas y con dientes
los que se rinden, los desconsolados.

V

Brindo por los yogures caducados,
por los pecados que cometería,
por la alegría del desesperado,
por los premiados con la lotería.

VI

Brindo por los amores clandestinos,
por el sudor con uñas y con dientes,
por los fans de al pan pan y al vino vino,
por el tímido, el raro, el impotente.

VII

Brindo por los pecados veniales,
por el orgullo de los vagabundos,
por la morfina de los moribundos,
por el idioma de los animales.

VIII

Brindo por la memoria sin olvido,
por la lluvia que empapa a los amantes,
por las alas del pájaro sin nido,
por los heridos, por los caminantes.

IX


Brindo por el negrito sin patera
por la sangre torera de Morante
por el grito del blues de la frontera
por los mares del sur, por el Levante.

X

Brindo por los que brindan con cualquiera
que tenga un corazón noble y caliente,
por las fatigas de la buena gente,
por el swing que derrochan tus caderas.



jueves, 17 de febrero de 2022

LA REGENTA


" La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo."

 Así comienza La Regenta de Leopoldo Alas "Clarín. Los conflictos existenciales, psicológicos y metafísicos de La Regenta y la técnica utilizada por Clarín para desarrollarlos constituyen lo "singular y escogido" de esta novela, que puede  ser considerada la mejor novela del siglo XIX. 


Os dejo unos enlaces para conocer la época, el autor , su obra...

Vamos a empezar con una presentación de la obra.

Vida de Clarín. Álbum familiar


Clarín a fondo 


La Regenta: serie de Tve española

lunes, 14 de febrero de 2022

Un Amor de Leyenda : Wallada e Ibn Zaydun

Febrero es el mes que tradicionalmente se vincula con el amor, y es que el 14 de febrerodía de San Valentín, es el escogido para celebrar el día de los enamorados.

Es por este motivo, por el que he decidido hablaros de la historia de amor pasional entre la bella princesa Omeya Wallada y el apuesto poeta Ibn Zaydun, que transcurre en Córdoba, capital de Al-Andalus, después de la caída del Califato (1031).

El padre de Wallada, Abderramán Obaidallah al Mustafkí, fue uno de los muchos califas que durante la "fitna" (guerra civil) llegaron al trono cordobés por medio del asesinato. Su reinado duró sólo siete semanas. Dos años después fue asesinado en Uclés.

Tras la muerte de su padre, vendió sus derechos reales. Wallada con apenas 17 años, adquiere la independencia y opta por un modo de vida inusual, de absoluta despreocupación por los convencionalismos sociales. Prescindió de la tutela masculina y abrió un salón literario en Córdoba.

Su adolescencia transcurrió paralela a la agonía del Califato. La hermosa princesa dio muestras de su carácter fuerte, cuando decidió no llevar velo, gozó de una libertad inusual para una mujer. Se mezclaba en las tertulias poéticas con los intelectuales, dando amplias muestras de su valía como poetisa. Este comportamiento llamó la atención. No dejaba a nadie indiferente. La hermosa Wallada contaba con admiradores y detractores, mientras que el pueblo llano, improvisaban canciones y coplas sobre la princesa. Alcanzó una alta posición y heredó de su padre riquezas suficientes para ser una mujer independiente. Para entonces, se había convertido ya en una prolífera poetisa, que competía con poetas y literatos.


En aquella hermosa casa, con varias estancias abiertas al patio central, enseñaba a leer, escribir, recitar y demás materias básicas a las hijas de las familias ricas e iniciaba a las esclavas en el arte de la poesía y el canto. Con el tiempo. el salón literario, se convirtió en un lugar obligado de reunión para los intelectuales. estos discutían acerca de los vaivenes de Al-Ándalus, la destrucción de Medina Azahara o comentaban acerca del califa de turno. Ella hacia especial hincapié en el desarrollo de la poesía, más que en temática política. De esta manera, Wallada organizaba sesiones poéticas, donde se improvisaban versos y estrofas llenas de color, ritmo y descripciones, en un ambiente distendido envuelto en almohadones de seda, copas de vino, el suave sonido del laúd y la sutil fragancia a almizcle.

Wallada se convirtió de esta forma en la mujer más culta, famosa y escandalosa de Córdoba. Se paseaba sin velo por la calle y, a la moda de los harenes de Bagdad, lleva versos suyos bordados en la orla de su vestido o en túnicas transparentes. Los de lado izquierdo decían:

Por Alá, que merezco cualquier grandeza
y sigo con orgullo mi camino.

En el lado derecho lleva bordado:

Doy gustosa a mi amante mi mejilla
y doy mis besos a quien los quiera.

Wallada era, además, de una belleza apabullante: hermosa figura, tez blanca, ojos azules, rubia pelirroja… el ideal de la época



Cuando tenía 20 años, conoció al hombre que marcó para siempre su vida: Ibn Zaydun, un noble de excelente posición, con gran influencia política y el intelectual más elegante y atractivo del momento. Se conocieron en una fiesta poética, jugando a completarse poemas según la costumbre poética de entonces, e iniciaron una historia amorosa llena de pasión, celos, encuentros y desencuentros. La relación se rompió por una infidelidad de Ben Zaydun que Wallada nunca perdonó. Se hizo amante del hombre más poderoso de Córdoba, el visir Ben Abdús, rival político y enemigo personal de Ben Zaydun, al que privó de sus bienes y acabó metiendo en la cárcel.

La leyenda dice que Ibn Zaydun nunca olvidó a su amada y que recorría Córdoba, errante y ojeroso, enfermo de amor, implorando un perdón que nunca le fue concedido. Entretanto, Wallada recorrió toda la España de los reinos de taifa exhibiendo su talento, pero mantuvo su relación con Ben Abdús, aunque sin casarse con él.

En torno a esta relación giran ocho de los nueve poemas que de ella se conservan, como una cronología exacta de aquella historia de amor fracasada. De sus poemas, que fueron misivas entre los dos amantes, se conservan dos de celos, añoranza y deseos de reencuentro; un tercero, de decepción, dolor y reproche; cinco sátiras —género que dominaba a la perfección— escritas en términos durísimos y uno más, alusivo a su libertad e independencia, que era el que llevaba bordado sobre su ropa.

Wallada murió el 26 de marzo de 1091, el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba.

Wallada escribía estos versos dedicados a Ibn Zaydun: 

Cuando caiga la tarde, espera mi visita,
pues veo que la noche es quien mejor encubre los secretos;
siento un amor por ti que si los astros lo sintiesen
no brillaría el sol,
ni la luna saldría, y las estrellas
no emprenderían su viaje nocturno.

Ibn Zaydun contestaba:

                                    "Tu amor me ha hecho célebre entre la gente

                                     por ti se preocupa mi corazón y pensamiento,

                                   cuando tú te ausentas, nadie puede consolarme

                                   y cuando llegas, todo el mundo está presente"

 

                                           "Si he perdido el placer de verte,

                                           me contentaré oyendo hablar de ti.

                                           Si el guardián se descuida,

                                          Me contentaré con un breve saludo.

                                       Temo que los censores sospechen, pero

                                               ¿Hay plazo en el amor?"

Ibn Zaydun describía a Wallada así:

Aquella muchacha de ojos bellos,

de fragancia deliciosa,

de aliento perfumado, de aroma penetrante.

Me tendió su fina mano, y comprendí

que era hermosa mujer de mirada seductora.

Por su talle corre fresca sabia juvenil;

Ungida está de almizcle por su muy clara virtud.

Cuando me ofrece jazmines en la palma de su mano

recojo estrellas brillantes de la mano de la luna.

 

Tiene carácter dulce,

talle perfecto

y una gracia como el aroma

o la euforia del vino.

Me ofrece solaz su charla

Tan deleitosa

Como la unión amorosa

lograda tras la ausencia.

Cuando Ibn Zaydun debía ausentarse de Córdoba por actividades políticas, Wallada lo extrañaba y sintiendo su ausencia escribía:

"¿Acaso hay para nosotros,

después de esta separación, una salida;

puede quejarse cada uno de nosotros

de lo que ha sufrido?

Pernoctaba yo en los tiempos

de nuestras visitas mutuas durante el invierno

sobre las brazas crepitantes por la pasión.

¿Cómo, pues, estando en la situación de este abandono,

ha apresurado el destino lo que yo temía?

Giran las noches y no veo el fin.

De nuestro distanciamiento,

ni la paciencia me libra

de la esclavitud de mi anhelo.

Riegue dios la tierra donde estés

con toda clase de lluvias copiosas".

Ibn Zaydun, por su parte le escribía:

"Cuando tú te uniste a mí

como se une el amor al corazón,

y te fundiste conmigo

como el alma se funde con el cuerpo,

enfureció a los detractores

el lugar que yo ocupaba en tí:

en el corazón de todo rival

arde la llama de la envidia".


En 1971, se inauguró en Córdoba el conocido como monumento de las manos  situado en el Campo Santo de los Mártires, en honor a la historia de amor entre el poeta y la poetisa. Se trata de un templete sustentado por cuatro columnas sin basa coronadas por un tejado a cuatro aguas al abrigo del cual se encuentra el pedestal con las manos entrelazadas de ambos. En dicho pedestal están grabadas dos poemas de cada poeta en castellano y en árabe.

 Wallada

 

“Tengo celos de mis ojos, de mi toda,

de ti mismo, de tu tiempo y lugar.

aun grabado tú en mis pupilas,

Mis celos nunca cesarán”


 Ibn Zaydun


“Tu amor me ha hecho célebre entre la gente.

Por ti se preocupan mi corazón y mi pensamiento.

Cuando tú te ausentas nadie puede consolarme.

Y cuando llegas todo el mundo está presente.”