Carta
a los alumnos del Alhakén:
Tienes catorce, quince, dieciséis… años y preguntas cosas para las que en
muchas ocasiones no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay
respuestas para todo. Yo sólo puedo escribirte que no hay varitas mágicas, ni
ábrete sésamos. Esos son cuentos chinos. De lo que sí estoy seguro es de que no
hay mejor vacuna que el conocimiento. Me refiero a la cultura, en el sentido
amplio y generoso del término: no soluciona casi nada, pero ayuda a comprender,
a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación. Con ello quiero
sugerirte que leas, que viajes, y que mires.
Eres el último
eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia; de una
cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia
clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy llamamos
Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se
impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el
Renacimiento, y luego viaja a América en naves españolas para retornar
enriquecida por ese nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración,
o fiesta de las ideas.
Para conocerte,
para comprender, lee al menos lo básico. Estudia la Mitología, y también a
Homero, y a Virgilio. Lee como mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un
vistazo al teatro y la poesía del Siglo de Oro, conoce a Moratín, que era
madrileño, a Galdós, que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a Pío
Baroja, que era vasco. Ponlos a todos en buena compañía con Dante, Shakespeare,
Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Mann. No olvides
el Nuevo Testamento y recuerda que en el principio fue la Biblia, y que toda la
Historia de la Filosofía no es, en cierto modo, sino notas a pie de página a
las obras de Platón y Aristóteles.
Viaja, y hazlo
con esos libros en la intención, en la memoria y en la mochila. Verás qué pocos
fanatismos e ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a una
visita paciente a El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo
por los barrios viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia.
Si haces todo eso -o al menos sueñas con hacerlo- conocerás la única patria que
de verdad vale la pena.
Arturo Pérez-Reverte
¿Qué
es un clásico literario?
Aceptémoslo,
todos hemos estado en esa situación donde mencionan un clásico y no
sabemos de qué trata. Incluso podríamos citar pasajes de
dichos libros,pero ni
siquiera hemos leído la primera página de éstos.
Los
clásicos son ese tipo de títulos que
todos debimos haber leído en algún momento de nuestra vida y, sin
embargo, sólo hemos escuchado en las clases del instituto, en
algún blog, o en “conversaciones intelectuales” en las que
alguien se pone “estupendo”.
"Un clásico,
decía Hemingway, es una obra que todos
admiran y que nadie lee". Pero nuestros
estudiantes de Secundaria no pueden acceder a los libros clásicos si
no se les facilita su lectura comprensiva. La educación instrumental
y formadora de destrezas y valores permite al adolescente integrarse
con seguridad en la sociedad, pero para enriquecer y dar sentido a
esa integración, se necesita una perspectiva temporal de la cultura
y de las formas vitales. Si no, quedamos atrapados en el presente
vertiginoso, sin entenderlo bien, arrastrados por la actualidad y sus
poderosos reclamos. Somos como enanos a los
hombros de gigantes, que decía Bernardo de
Chartres, podemos ver más, y más lejos que
ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro
cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.
Las obras
clásicas amplían nuestra experiencia, nos llevan a las raíces,
aceptan renovadas interpretaciones y su lectura puede ser un gozoso
y útil entretenimiento. El Cid, La Celestina,
El Lazarillo son tres grandes indiscutibles
de la literatura española. ¿Sería sensato desterrarlos del
currículum escolar? El perturbado amor de Calixto y Melibea, la
sabiduría mundana de la bruja Celestina deben formar parte de ese
conocimiento en el tiempo que ofrecen otros muchos personajes
aventureros: el viajero Ulises, el Campeador mio Cid, el pícaro y
maltratado Lázaro, el valeroso e idealista don Quijote… Ítalo
Calvino ofrecía catorce razones para leer a los clásicos, pero, en
todo caso, decía, leerlos es mejor que no leerlos.
Por ello,
y para dejar atrás la horrenda definición de clásico de Hemingway,
preferimos afirmar con Ítalo Calvino
que un clásico es un libro que no termina
de decir lo que tiene que decir.
El carácter
interdisciplinar de los textos clásicos invita al desarrollo de
actividades de todo tipo. Como ejemplo, los alumnos de 1º de la ESO
nos exponen sus trabajos en relación con una actividad denominada
“El Quijote y las matemáticas”
que han llevado a cabo en la clase de matemáticas.
Ofrecemos
también unas antologías de los textos clásicos que los alumnos de
4º de la ESO y 1º de Bachillerato han leído y trabajado en clase.