Soledad Flora Areales Romero, nació en noviembre de 1850 en la localidad cordobesa de Villaviciosa. Su padre y madre eran unos humildes maestros de instrucción primaria, que, en 1870, tras el nacimiento de su décima y última hija, María, deciden abandonar la docencia e instalarse con su numerosa prole en Córdoba, montando una fábrica artesana de hacer fideos, que lleva entre toda la familia. En ese momento Soledad tiene 20 años y comenzará en la capital sus estudios de Magisterio.
En 1873 falleció su padre y ella como hija mayor tuvo que hacer el papel de segunda madre, preocupándose sobre todo de educar a sus hermanas más pequeñas, Concha, Carmen y María. Aún así, Soledad terminó sus estudios en la Escuela Normal de Maestras y opositó -obteniendo el número 1- para conseguir una plaza de maestra.
En julio de 1877, con 27 años de edad, Soledad Areales llegó a Villa del Río (Córdoba) para encargarse de la Escuela nº 2 de niñas de la localidad. Le acompañaban sus hermanas pequeñas Carmen (10 años) y María (7 años), y su hermana Concha de 14 años a la que Soledad preparaba para su ingreso en la Escuela Normal. En Córdoba quedaron su madre y el resto de hermanos mayores.
En esos primeros años Soledad se encargó de su escuela, de hacer de madre de sus hermanas y aún tuvo tiempo para seguir estudiando, consiguiendo el título de Maestra Superior en 1879. Además, su hermana Concha entró en la Escuela Normal y en 1883 ya era maestra en la localidad cordobesa de Almedinilla.
En 1887, tras la Ley de Asociaciones del primer gobierno liberal de Sagasta, y la aprobación del Sufragio Universal masculino en el siguiente bienio de Sagasta, en 1890, los republicanos cordobeses se llenaron de optimismo y energías, de forma que obtuvieron una importante victoria en las elecciones a diputados provinciales en 1890, y en las municipales de Córdoba del año siguiente obtuvieron once concejales. Este clima de euforia hizo que Soledad Areales comenzara a destacar en los ambientes republicanos y obreros de su pueblo y diera inicio a los problemas con los caciques locales, la jerarquía eclesiástica y las beatas del pueblo.
Precisamente, en los primeros poemas que publica en Las Dominicales del Libre Pensamiento (Madrid), «¡Nunca!», en el mes de junio de 1891, y «A mis detractores de ambos sexos», en el mes de noviembre del mismo año, Soledad ya se defiende de las censuras a que es sometida en Villa del Río, por no cumplir con las obligaciones católicas y por simpatizar con las ideas librepensadoras y republicanas, algo totalmente «inadmisible» para una maestra de niñas. Debido a ese ambiente enrarecido y a la persecución que sufre, estos primeros trabajos los firmará con el seudónimo «Una Andaluza». Amalia Domingo Soler debió simpatizar con esta mujer, ejemplo de persecución del librepensamiento, y publicó estos dos poemas en su revista espiritista y librepensadora «La Luz del Porvenir».
Pero este anonimato duró poco y en agosto de 1892 ya sale a luz su verdadero nombre y asociado a Villa del Río, cuando dona 5 pesetas a la organización del Congreso de Librepensadores que se iba a celebrar ese año. Y por si esto no fuera poco, su siguiente trabajo en noviembre de 1893, en recuerdo del fallecido Ramón Chíes, lo firmará como lo hará siempre a partir de ese momento: Soledad Areales (Una Andaluza).
Las presiones continuarán y poco después hubo un intento de la Inspección educativa, aliada con el Obispado y con el alcalde, de abrir un expediente contra ella. Soledad escribirá sobre esta persecución su poema «A Perico» (enero de 1894) y asegurará que uno de los motivos era el hecho de que colaboraba con Las Dominicales.
Finalmente, en 1902, tras haber ganado sus múltiples recursos, Soledad siguió siendo la maestra de niñas de Villa del Río, pero como dice su biógrafa se vio envuelta en una maraña burocrática, con continuas pegas para cobrar los atrasos que le debían, y Soledad concursó esos años 1902 y 1903 para salir del pueblo, sin conseguirlo.
Soledad Areales, Una Andaluza, dejó de publicar en los medios republicanos y librepensadores, se refugió en Villa del Río ayudado por queridos vecinos del pueblo, y quedó en el olvido para siempre. No se conoce la fecha de su defunción, pero su biógrafa Catalina Sánchez, siendo una niña, descubrió la lápida irreconocible en el que fue antiguo y abandonado cementerio civil de Villa del Río.
¿TE ACUERDAS?
Era
del mes de mayo una mañana:
la
luz crepuscular
cual
lluvia de oro, las nocturnas sombras
conseguía
alejar.
De
las ondas el plácido murmullo
aun
me parece oír,
que
al resbalar en su pedroso lecho
hacía
el Guadalquivir.
Paseábamos
juntas por su orilla
mullido
de verdor,
aspirando
las brisas impregnadas
de
balsámico olor.
La
pradera ostentaba sus primores
a
la luz matinal,
desplegando
su manto verde grana
con
gotas de cristal.
Era
feliz; mi mente se extasiaba
en
su contemplación.
Por
qué permanecías insensible
a
tan dulce emoción?
De
súbito en tus ojos una lágrima
furtiva
sorprendí.
¿Por
qué lloras? -te dije- y compungida
me
respondiste así:
Porque
de nuestro afecto el dulce vínculo
es
preciso romper;
lo
ordena quien mi alma guía al cielo
y
es fuerza obedecer.
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