Donde vuelan las cometas, de Miquel Rayó. Edelvives
Desde
que el despiadado Akerim se hizo con el poder, los habitantes de la
ciudad caminan desalentados y temerosos. Los jóvenes y el bullicio
han desaparecido de las calles, y se han prohibido las reuniones, los
juegos y la fiesta de las cometas.
El
narrador, un escritor de cartas, que ejerce su oficio a
escondidas, le envía a su hija, Naima, palabras de nostalgia y de
esperanza, en las que los recuerdos de un pasado alegre se mezclan
con la oscura incertidumbre del presente. En estas cartas le
habla de sus recuerdos cuando vivía feliz con su mujer, su hija y
el viejo Ehmer y de la terrible situación que sufren desde que
Akerim se hizo con el poder. Ya no hay libertad: no pueden reunirse
en grupos, ni celebrar fiestas (como la de las cometas, tan
importante en su tradición), ni los niños jugar... La mayoría de
los jóvenes están ocultos, prisioneros o desaparecidos. El
protagonista (el narrador) recuerda con dolor el día que los
soldados se llevaron a su mujer y a su hija. No ha vuelto a saber
nada de ellas y se consuela escribiendo estas cartas y echándolas al
mar, con la débil esperanza de que algún día volverá a ver a sus
seres queridos.
Me
ha gustado mucho porque transmite sentimientos muy fuertes y duros,
tanto buenos como malos. Te enseña la forma de vivir, (en este caso
de Afganistán: con guerras continuas, golpes de estado, invasiones y
grandes enfrentamientos, y regímenes muy estrictos implantados por
el gobierno), las tradiciones y las costumbres de muchas personas en
otros países diferentes, muy lejanos, pero que siempre se asemejan
al tuyo en muchos aspectos: tienen unas bases, creencias o pilares
básicos y fundamentales en la vida como cualquier persona y ante
todo siempre tienen esperanza y son felices conformándose con lo
mínimo.
Te
enseña a valorar lo que tienes y te demuestra que siempre hay
alguien al que la vida le va peor que a ti.
Recomiendo
este libro a: Todo
el mundo que se sienta sin fuerzas, débil y bajo de ánimos. Este
libro te reconforta y te da las suficientes ganas de seguir adelante,
porque cualquier persona aunque no lo crea tiene algún motivo por el
que sonreir y ser feliz.
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