Desde 1967, el 2 de abril, coincidiendo
con la fecha del nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen, el IBBY promueve
la celebración del Día Internacional del Libro Infantil con el fin de
promocionar los buenos libros infantiles y juveniles y la lectura entre los más
jóvenes.
Cada año, una
sección nacional del IBBY tiene la oportunidad de ser la patrocinadora
internacional del Día del Libro Infantil y selecciona un escritor
representativo y a un reconocido ilustrador de su país para que elaboren el
mensaje dirigido a todos los niños del mundo y el cartel que se distribuye por
todo el mundo.
Hambre de
palabras
Donde yo
vivo, los arbustos se vuelven verdes a finales de abril o principios de mayo.
Al poco tiempo, se llenan de crisálidas de mariposas, que lucen como vetas de
algodón o algodón de azúcar. Las orugas devoran los arbustos hoja tras hoja,
hasta dejarlos despojados. Cuando las mariposas salen de sus crisálidas, echan
a volar, pero los arbustos no quedan arruinados. Al llegar el verano brotan de
nuevo, y así una y otra vez.
Esta es la
imagen de un escritor, la imagen de un poeta. Son carcomidos, agotados por sus
historias y sus poemas, las cuales, una vez finalizadas, emprenden su propio
vuelo, refugiándose en los libros y encontrando a sus lectores. Esto no deja de
repetirse.
¿Qué ocurre
con estas historias y estos poemas?
Conozco a un
chico al que tuvieron que operar de los ojos. Tras la operación, pasaron dos
semanas donde solo se le permitió permanecer recostado sobre su lado derecho, y
después de aquello, otro mes donde no pudo leer nada. Cuando volvió a coger un
libro, mes y medio después, sintió como si estuviera recogiendo palabras a
cucharadas, casi comiéndoselas.
Y conozco a
una chica que ahora es maestra. Me dijo: pobres de aquellos niños a los que sus
padres no leían libros.
Las palabras
en los poemas y en los cuentos son alimento. No alimento para el cuerpo, nada
que pueda llenar el estómago. Son alimento para el espíritu y para el alma.
Cuando el
hombre tiene hambre o sed, se le encoge el estómago y se le seca la boca. Busca
encontrar algo para comer, un trozo de pan, un plato de arroz o de maíz, un
pescado o un plátano. Cuanto más hambriento se encuentra, más se le estrecha la
mirada; ya no ve otra cosa que aquello que pueda saciarle.
Sin embargo,
el hambre de palabras se manifiesta de forma distinta: como una tristeza, una
apatía, una arrogancia. Las personas que sufren de este tipo de hambre no son
conscientes de que sus almas están tiritando, de que están pasando junto a sí
mismas sin haberse percibido. Una parte de su propio mundo se les va de las
manos sin ellos darse cuenta.
Este tipo de
hambre es la que sacian los poemas y las historias.
¿Existe, no
obstante, esperanza para aquellos que nunca han satisfecho esta hambre con
palabras?
Sí. Aquel
chico lee casi cada día. La chica que es maestra lee cuentos a sus alumnos cada
viernes, cada semana. Si alguna vez se olvida, los niños no tardan en recordádselo.
¿Y qué
ocurre con el escritor, con el poeta? Con la llegada del verano, volverán a
verdecer. Y una vez más serán engullidos por sus historias y poemas, que
acabarán volando en todas las direcciones, igual que las mariposas. Una y otra
vez.
(Texto
original: Peter Svetina. Traducción: Barbara Pregelj)
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