En esta semana en que celebraremos el Día de la Mujer, queremos participar de esta conmemoración a través de una brillante poeta y escritora, la colombiana Piedad Bonnett (1951).
Bonnett es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de los Andes, donde es profesora de Literatura desde 1981. Madre de tres hijos desde muy joven, ha sabido compatibilizar su trabajo como profesora con su dedicación a la literatura y el cuidado de su familia, un caso bastante común entre las mujeres de su generación que decidieron seguir carreras profesionales. Lo que ya no es tan común es sufrir una tragedia personal desgarradora, como fue la pérdida de su hijo menor, el pintor Daniel Segura Bonnett, quien se quitó la vida a los 28 años, tras una década de lucha contra la esquizofrenia.
Piedad Bonnett publicó su primer libro de poemas, De círculo y cenizas, en 1989. A este han seguido ocho libros más de poesía, cinco obras teatrales y seis novelas, entre las que destaca Lo que no tiene nombre, dedicada a su hijo dos años después de su muerte. Ha sido galardonada con varios premios y menciones de renombre.
Hemos seleccionado para vosotros dos hermosos poemas, que seguro os emocionarán.
LAS CICATRICES
No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.
(De Explicaciones no pedidas, 2011)
NI LOS SUEÑOS...
Ni los sueños, donde tu rostro tiene todas las formas de la dicha,
ni el sol que tanto amo sobre mi cuerpo desnudo,
ni la grata canción del antiguo trovero enamorado,
ni el verso de Darío ni el verso de Quevedo,
ni esta luna que brilla con brillo de alcancía,
ni tu nombre por otros pronunciado,
ni el eco de mis pasos en la inmensa catedral solitaria,
ni el rosal que yo siembro con mis manos y me sangra los dedos,
ni las noches insomnes,
ni tu dulce retrato mentiroso,
ni el tiempo, -ese falsario de mil rostros-
pueden calmar mi pena de no verte.
Ni los sueños, donde tu rostro tiene todas las formas de la dicha,
ni el sol que tanto amo sobre mi cuerpo desnudo,
ni la grata canción del antiguo trovero enamorado,
ni el verso de Darío ni el verso de Quevedo,
ni esta luna que brilla con brillo de alcancía,
ni tu nombre por otros pronunciado,
ni el eco de mis pasos en la inmensa catedral solitaria,
ni el rosal que yo siembro con mis manos y me sangra los dedos,
ni las noches insomnes,
ni tu dulce retrato mentiroso,
ni el tiempo, -ese falsario de mil rostros-
pueden calmar mi pena de no verte.
(De Poesía reunida, 2015)
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