«La coma, los dos puntos y el punto y el coma, así como sus parientes ortográficos, son partes integrales de la escritura» que «destacan las estructuras gramaticales y ayudan a transformar las letras en palabras e imágenes mentales», explica Keith Houston, autor del libro «Shady Characters, The Secret Life of Punctuation, Symbols & Other Typographical Marks». En un artículo publicado en la web de la BBC asegura que «estaríamos perdidos sin ellos. O, al menos, muy confundidos».
Sin embargo, no siempre fue así. «Los griegos practicaban la scriptio continua; esto es, escribían sus textos de tal forma que nohabíaespacionipuntuación entre las palabras, y no hacían distinción alguna entre mayúsculas y minúsculas», relata Houston, subrayando que «era responsabilidad del lector escoger el camino entre la masa de letras, distinguir en ella cada palabra y cada frase, y adivinar dónde terminaba una y empezaba la siguiente».
Cuesta creer que la falta de puntuación o espacio entre letras no se considerara un problema, como afirma el escritor. Nadie esperaba comprender un texto en la primera lectura, había que estudiar previamente el contenido de un pergamino para recitar su contenido. «Un discurso elocuente y persuasivo era más importante que cualquier texto escrito», prosigue Houston, quien narra cómo Aulo Gelio protestó cuando en el siglo II d.C. le pidieron que leyera en voz alta un escrito que le era desconocido ya que no enfatizaría las palabras de forma correcta, destrozando su contenido.
La invención de los primeros signos de puntuación llegó de la mano de Aristófanes, cerca del año 200 a.C. Para este bibliotecario de Alejandría, resultaba frustrante el tiempo que se tardaba en leer los cientos de miles de manuscritos que guardaba la célebre biblioteca. Aristófanes sugirió a los lectores que aliviaran el ininterrumpido texto con anotaciones de puntos arriba, en medio y debajo de cada línea (comma, colon y periodus) que indicaran la entonación de lectura alta, media o baja.
Su aplicación fue, sin embargo, errática. Los romanos abandonaron el sistema de puntos de Aristófanes y aunque también probaron en el siglo II a separar las palabras con puntos, cesaron en ese empeño. «Existía todo un culto hacia el hablar en público, y era de tal magnitud que toda la lectura se hacía en voz alta. Y la mayoría de los estudiosos coinciden en que los griegos y los romanos hacían frente a la falta de puntuación precisamente de esa forma».
El cristianismo y San Isidoro de Sevilla
La difusión del cristianismo vino a cambiar su forma de escribir. «Mientras los paganos habían transmitido sus tradiciones y su cultura de forma oral, de boca en boca, los cristianos preferían escribir salmos y evangelios para difundir mejor la palabra de Dios. Así que los libros se convirtieron en una parte integral de la identidad cristiana. Y, por consiguiente, empezaron a incluir en ellos letras decoradas y signos de párrafo (Γ, ¢, 7, ¶, entre otros)»,
Con el fin de proteger el significado original de los textos, los escribas cristianos empezar en el siglo VI a puntuar sus propios escritos. Un siglo después, San Isidoro de Sevilla actualizó el sistema de Aristófanes, «de forma que los puntos indicaran la duración de la pausa: breve (punto bajo), media (punto medio) y larga (punto alto)» y «más allá de eso, relacionó la puntuación con el significado de forma explícita por primera vez en la historia».
Los espacios entre palabras se cree que fueron invención de unos monjes irlandeses o escoceses -no está claro-, que estaban hartos de separar palabras latinas desconocidas.
«Y a finales del siglo VIII, en Alemania, un país emergente, el afamado rey Carlomagno ordenó a un monje llamado Alcuin idear un alfabeto unificado que pudiera ser leído por los súbditos de las tierras más lejanas. Fue así como nacieron las que hoy conocemos como letras minúsculas», explica.
Sobre los puntos de Aristófanes, se crearon otros como el «punctus versus», una versión medieval del punto y coma, que tomaban prestados elementos de la notación musical de los cantos gregorianos. «También el punctus elevatus, un punto y coma a la inversa, un signo que se convertiría en los dos puntos actuales», añade el escritor.
Por aquel entonces se empezó a utilizar el «punctus interrogativos, el ancestro del signo de interrogación actual» y llegó un momento en el que el sistema de tres puntos se redujo a uno solo.
«En el siglo XII, el escritor italiano Boncompagno da Signa propuso un sistema de puntuación completamente diferente que incluía tan solo dos signos: la barra (/) y el guión (-). La primera indicaba una pausa, y el segundo el fin de una frase», prosigue Thompson antes de señalar que aunque no está claro cuánto se usó la barra, el guión o virgula suspensiva «fue todo un éxito».
En el apogeo del Renacimiento había por tanto «una mezcla de los antiguos puntos griegos; los puntos y comas, signos de interrogación y otros derivados medievales; y los más recientes inventos, la barra y el guión».
Congelada por la imprenta
La puntuación se congeló en el tiempo con la llegada de la imprenta a mediados de 1450. La mayoría de los signos que hoy se emplean fueron tallados en plomo para no volver a cambiar. «La barra de Boncompagno da Signa se acortó y curvó, y heredó uno de los nombres del sistema griego, convirtiéndose en la coma actual. A los dos puntos y al signo de interrogación se les sumaron el punto y coma y el signo de exclamación. Y el punto de Aristófanes quedó reservado para la pausa al final de cada frase», detalla Thompson.
«La evolución de estos signos paró en seco», aunque ahora con la llegada de los emoticonos «está otra vez revolviéndose», a juicio del autor. «La puntuación no estaba muerta. Solo estaba esperando el próximo tren tecnológico al que subirse».
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