Este viernes se ha estrenado en toda España la película "La luz con el tiempo dentro"
una cinta que conjuga estos elementos: un escritor de éxito, premio
Nobel de literatura y que es, además, una figura admirada por sus
coetáneos...
El título "La luz con el tiempo dentro"— corresponde a un verso del poema "Cuando yo era el niño dios", un romance del tiempo de Moguer de Juan Ramón, publicado en la revista malagueña, Caracola (núm. 5), en 1953, y posteriormente en el libro titulado sencillamente Moguer,
publicado en 1958 por la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, con ilustraciones de José R. Escassi, y con una nota muy conmovedora en función de prólogo a la colección entera, en la cual se advierte que "El original de este libro fue enviado por Juan Ramón, pocos días antes de morir, a la Dirección General de Archivos y Bibliotecas para su publicación en beneficio de la Casa 'Zenobia y Juan Ramón', a fin de continuar la serie iniciada con "El Zaratán", que tanto le había complacido". Sigue la nota añadiendo que "Francisco Hernández-Pinzón, sobrino del autor, recibió de sus manos los trabajos que ahora se publican, algunos con recientes correcciones del poeta".
CUANDO YO ERA ERA EL NIÑO DIOS
Cuando yo era el niño Dios, era Moguer, este pueblo,
CUANDO YO ERA ERA EL NIÑO DIOS
Cuando yo era el niño Dios, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, ligeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, ligeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niño Dios y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niño Dios y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niño Dios huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niño Dios en mi Moguer, este pueblo!
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niño Dios en mi Moguer, este pueblo!
La historia narra, a través de flash-back, la vida del autor de una de las novelas más leídas de todos los tiempos, Platero y Yo,
pero más que en su obra literaria esta película se centra en otra cosa, habla del amor que durante décadas mantuvieron Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, pero
también de su compleja vida personal, sus importantes depresiones o la
convulsa primera mitad del siglo XX de la que fue protagonista. Un viaje
de solo unas semanas, que se convirtió en todo un exilio del que nunca
regresó.
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