A los bibliotecarios rurales
"Estas Instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar
en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia y que
tienen a su cargo bibliotecas pequeñas y recientes. Porque, si el
éxito de una biblioteca depende en grandísima parte del
bibliotecario, esto es tanto más verdad cuanto más corta es la
historia o tradición de ese establecimiento. En una biblioteca de
larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar
estímulos para leer, tiene sus exigencias, y el bibliotecario puede
limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera
casi automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a
vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo su alma en
ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace
sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea,
necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento
espiritual de la gente a quien va a servir, y en la eficacia de su
propia misión para contribuir a este mejoramiento.
No será buen bibliotecario el individuo que recibe
invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el
cerebro, a fuerza de oírlas, los que con una misión cultural hemos
visitado pueblos españoles: «Mire usted: en este pueblo son muy
cerriles: usted hábleles de ir al baile, al fútbol o al cine,
pero… ¡A la biblioteca…!».
No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente
no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros
pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus
ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y
cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta:
cultura!
Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que
necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva,
que sólo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse
a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados:
sienten también que la cultura que a ellos les está negada es un
privilegio más que confiere a ciertas gentes sin ninguna
superioridad intrínseca sobre ellos, a veces con un valor moral
nulo, una superioridad efectiva en estimación de la sociedad, en
posición económica, etcétera. Y se revuelven contra esto que
vagamente comprenden pidiendo, cultura, cultura… Pero, claro, si se
les pregunta qué es concretamente lo que quieren decir con eso, no
saben explicarlo. Y no saben tampoco que el camino de la cultura es
áspero, sobre todo cuando para emprenderlo hay que romper con una
tradición de abandono conservada por generaciones y generaciones.
Tú, bibliotecario, sí debes saberlo, y debes
comprenderles y disculparles y ayudarles. No es extraño que una
biblioteca recibida con gran entusiasmo quede al poco tiempo
abandonada si se la confía a su propia suerte: no es extraño que el
libro cogido con propósito de leerlo se caiga al poco rato de las
manos y el lector lo abandone para ir a distraerse con la película a
cuya trama su inteligencia se abandona sin esfuerzo. Todo esto
ocurre; pero no ocurre sólo en tu pueblo, ni lo hacen sólo tus
convecinos; ocurre en todas partes, y ahí radica precisamente tu
misión: en conocer los recursos de tu biblioteca y las cualidades de
tus lectores de modo que aciertes a poner en sus manos el libro cuya
lectura les absorba hasta el punto de hacerles olvidarse de acudir a
otra distracción.La segunda cosa que necesita creer el bibliotecario es en
la eficacia de su propia misión. Para valorarla, pensad tan sólo en
lo que sería nuestra España si en todas las ciudades, en todos los
pueblos, en las aldeas más humildes, hombres y mujeres dedicasen los
ratos no ocupados por sus tareas vitales a leer, a asomarse al mundo
material y al mundo inmenso del espíritu por esas ventanas
maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las consecuencias que
se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que no es
posible ni empezar a enunciarlas…!
Pues bien: esta es la tarea que se ha impuesto y que está
llevando a cabo el Ministerio de Instrucción Pública por medio de
su Sección de Bibliotecas y en la que vosotros tenéis una parte
esencialísima que realizar."
(*) Prólogo de Instrucciones para
el servicio de pequeñas bibliotecas, publicadas en Valencia en
1937, y que redactó María Moliner. Transcrito a partir de la
edición de Educación y Biblioteca, n.º 86, p. 18, en el
homenaje a María Moliner, 1998.
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