El
jueves 26 de Abril, el
grupo de 4º ESO
C y E (bilingüe)
ha recorrido,
libro y mapa en mano, algunos de los itinerarios que aparecen en la
novela La
feria de los discretos de
Pío Baroja
La
feria de los discretos es un excepcional documento antropológico de
la Córdoba del último tercio del siglo diecinueve. Fue publicada en
1905. Meses antes, Baroja había paseado por Córdoba en busca de
información, en poco más de un mes de estancia en la ciudad captó
algunos rasgos esenciales de la ciudad y sus habitantes. También fue
ese tiempo suficiente para hacer amigos en la ciudad, y algunos
enemigos, porque no les gustó cómo los
representó.
Comenzamos
con la llegada de nuestro protagonista, Quintín, a Córdoba.
CAPÍTULO
1
<<Me
voy convenciendo de que estoy en Córdoba>>, murmuró Quintín,
y entró en el paseo de Gran Capitán, tomó después por la calle de
Gondomar hasta las Tendillas, y de aquí, como si el día anterior
hubiera pasado por aquellas calles, se plantó en su casa.
Lugares
y calles que permanecen igual.
CAPÍTULO
17
… Pasaron
por cerca de San Nicolás de la Villa, y tomaron por la calle de
Concepción, hacia la Puerta de Gallegos.
Soplaba
un viento fuerte, que hacía que persianas y balcones golpearan con
estrépito.
-¿En
dónde está esa taberna? -preguntó Springer.
-Aquí
mismo -contestó Quintín-. Ésta es la calle del Niño Perdido, sin
salida; no es la nuestra. Esta otra, la de los Ucedas, tampoco es la
que buscamos.
CAPÍTULO
25
Le
siguió Quintín de lejos y salieron, después de cruzar varias
intrincadas callejuelas, a la plaza de Séneca, y de aquí a la calle
de Ambrosio Morales, donde estaba el teatro. Una luz de gas iluminaba
la puerta sin esclarecer apenas la calle.
Los
lugares de su infancia: su casa, dónde jugaba...
CAPÍTULO
3
Quintín
trató de reconstruir la infancia. Recordaba haberla pasado en una
casa de la calle Librerías, próxima a la de la Feria y a la cuesta
de Luján…
Bajó
por la calle de la Feria, y recordó las escapadas que hacía con los
chicos de la vecindad a la Ribera y al Murallón, en donde jugaban.
Su
memoria no seguía adelante; quedaban grandes lagunas en su
imaginación; personas, cosas y lugares se esfumaban confusamente.
Sus recuerdos claros comenzaban en la calle de la Zapatería, cuando
sus padres establecieron la primera tienda.
Visitamos
unas de las plazas emblemáticas de Córdoba: La Corredera, descrita en
un notable artículo del Diario Córdoba “era
la Corredera una plaza grande, rectangular, formada por casas con
balcones corridos y soportales sustentados en gruesas
columnas...Mercado diario, al aire libre, plaza en las grandes
fiestas de toros y cañas, la Corredera constituía para Córdoba el
centro comercial, industrial y artística”
CAPÍTULO
4
Salió
Quintín de la casa; bajó a la Corredera, y por la calle del Poyo,
rodeando una iglesia, salió a la de Santiago…
No
se había preguntado nunca, hasta entonces, qué relación tendría
él con aquel señor. Seguramente existía una relación, un
parentesco de bastardía, algo denigrante para Quintín…
El
palacio del marqués de Tavera se levantaba en una calle de los
barrios bajos, que, con distintos nombres en sus diferentes trozos,
iba desde la plaza de San Pedro al Campo Madre de Dios…
Cinco
balcones salientes, encuadrados por gruesa moldura[…] se abrían en
la fachada de piedra amarilla y porosa.
En
la planta baja, cuatro rejas rasgaban las espesas paredes del
caserón, y en medio se abría la gran puerta…
CAPÍTULO
12
Salió
Quintín por el Arco Bajo a una plazoleta, en donde algunos viejos
tomaban el sol, con la capa liada al cuerpo y el calañés o el
pavero sobre los ojos.
…al
oír que Quintín le dirigía la palabra, levantó la vista con
indiferencia, miró por encima de sus cristales y dijo:
-¿Chochos?
¿Altramuces?
-No;
quisiera que me dijese usted si hay por aquí algún baratillo más
que los de la Corredera.
-Sí,
señor; hay uno en la plaza de la Almagra.
CAPÍTULO
23
Quintín
trató de buscar la salvación en las piernas, y echó a correr como
un gamo; salió frente a la Mezquita, bajó por el Triunfo, atravesó
la Puerta Romana y siguió por el puente hasta llegar al pie de la
torre de la Calahorra. Se oía por todas partes el pito de los
serenos.
CAPÍTULO
2
Sin
advertirlo, Quintín se acercó a la mezquita y se encontró ante el
muro, frente a un altar con un sotechado de madera y unas rejas
adornadas con tiestos de flores. En el altar había este letrero:
Si
quieres que tu dolor
se
convierta en alegría,
no
pasarás, pecador,
sin
alabar a María.
Cerca
del altar se abría una puerta, y por ella pasó Quintín al Patio
de los Naranjos.
Terminamos
nuestro recorrido:
Un señor leía en La
Víbora el artículo de despedida que había publicado Quintín con
el título de <<¡Ahí queda eso!>> …
¡Adiós
Córdoba, pueblo de discretos, espejo de los prudentes, encrucijada
de los ladinos, vivero de los sagaces, enciclopedia de los donosos,
albergue de los que no se duermen en las pajas, espelunca de los
avisados, cónclave de los agudos, sanedrín de los razonables!
¡Adiós Córdoba! Y ahí queda eso.
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