miércoles, 1 de mayo de 2013

Paseo literario por la Córdoba de Pío Baroja

El jueves 26 de Abril, el grupo de 4º ESO C y E (bilingüe) ha recorrido, libro y mapa en mano, algunos de los itinerarios que aparecen en la novela La feria de los discretos de Pío Baroja

La feria de los discretos es un excepcional documento antropológico de la Córdoba del último tercio del siglo diecinueve. Fue publicada en 1905. Meses antes, Baroja había paseado por Córdoba en busca de información, en poco más de un mes de estancia en la ciudad captó algunos rasgos esenciales de la ciudad y sus habitantes. También fue ese tiempo suficiente para hacer amigos en la ciudad, y algunos enemigos, porque no les gustó cómo los representó.

Comenzamos con la llegada de nuestro protagonista, Quintín, a Córdoba.

CAPÍTULO 1
<<Me voy convenciendo de que estoy en Córdoba>>, murmuró Quintín, y entró en el paseo de Gran Capitán, tomó después por la calle de Gondomar hasta las Tendillas, y de aquí, como si el día anterior hubiera pasado por aquellas calles, se plantó en su casa.

Lugares y calles que permanecen igual.

CAPÍTULO 17
Pasaron por cerca de San Nicolás de la Villa, y tomaron por la calle de Concepción, hacia la Puerta de Gallegos.
Soplaba un viento fuerte, que hacía que persianas y balcones golpearan con estrépito.
-¿En dónde está esa taberna? -preguntó Springer.
-Aquí mismo -contestó Quintín-. Ésta es la calle del Niño Perdido, sin salida; no es la nuestra. Esta otra, la de los Ucedas, tampoco es la que buscamos.

CAPÍTULO 25
Le siguió Quintín de lejos y salieron, después de cruzar varias intrincadas callejuelas, a la plaza de Séneca, y de aquí a la calle de Ambrosio Morales, donde estaba el teatro. Una luz de gas iluminaba la puerta sin esclarecer apenas la calle.


Los lugares de su infancia: su casa, dónde jugaba...


CAPÍTULO 3
Quintín trató de reconstruir la infancia. Recordaba haberla pasado en una casa de la calle Librerías, próxima a la de la Feria y a la cuesta de Luján…
Bajó por la calle de la Feria, y recordó las escapadas que hacía con los chicos de la vecindad a la Ribera y al Murallón, en donde jugaban.
Su memoria no seguía adelante; quedaban grandes lagunas en su imaginación; personas, cosas y lugares se esfumaban confusamente. Sus recuerdos claros comenzaban en la calle de la Zapatería, cuando sus padres establecieron la primera tienda.

Visitamos unas de las plazas emblemáticas de Córdoba: La Corredera, descrita en un notable artículo del Diario Córdoba “era la Corredera una plaza grande, rectangular, formada por casas con balcones corridos y soportales sustentados en gruesas columnas...Mercado diario, al aire libre, plaza en las grandes fiestas de toros y cañas, la Corredera constituía para Córdoba el centro comercial, industrial y artística”

CAPÍTULO 4
Salió Quintín de la casa; bajó a la Corredera, y por la calle del Poyo, rodeando una iglesia, salió a la de Santiago…
No se había preguntado nunca, hasta entonces, qué relación tendría él con aquel señor. Seguramente existía una relación, un parentesco de bastardía, algo denigrante para Quintín…
El palacio del marqués de Tavera se levantaba en una calle de los barrios bajos, que, con distintos nombres en sus diferentes trozos, iba desde la plaza de San Pedro al Campo Madre de Dios…
Cinco balcones salientes, encuadrados por gruesa moldura[…] se abrían en la fachada de piedra amarilla y porosa.
En la planta baja, cuatro rejas rasgaban las espesas paredes del caserón, y en medio se abría la gran puerta…

CAPÍTULO 12
Salió Quintín por el Arco Bajo a una plazoleta, en donde algunos viejos tomaban el sol, con la capa liada al cuerpo y el calañés o el pavero sobre los ojos.
al oír que Quintín le dirigía la palabra, levantó la vista con indiferencia, miró por encima de sus cristales y dijo:
-¿Chochos? ¿Altramuces?
-No; quisiera que me dijese usted si hay por aquí algún baratillo más que los de la Corredera.
-Sí, señor; hay uno en la plaza de la Almagra.

CAPÍTULO 23
Quintín trató de buscar la salvación en las piernas, y echó a correr como un gamo; salió frente a la Mezquita, bajó por el Triunfo, atravesó la Puerta Romana y siguió por el puente hasta llegar al pie de la torre de la Calahorra. Se oía por todas partes el pito de los serenos.

CAPÍTULO 2
Sin advertirlo, Quintín se acercó a la mezquita y se encontró ante el muro, frente a un altar con un sotechado de madera y unas rejas adornadas con tiestos de flores. En el altar había este letrero:

Si quieres que tu dolor
se convierta en alegría,
no pasarás, pecador,
sin alabar a María.

Cerca del altar se abría una puerta, y por ella pasó Quintín al Patio de los Naranjos.

Terminamos nuestro recorrido:

Un señor leía en La Víbora el artículo de despedida que había publicado Quintín con el título de <<¡Ahí queda eso!>> …
¡Adiós Córdoba, pueblo de discretos, espejo de los prudentes, encrucijada de los ladinos, vivero de los sagaces, enciclopedia de los donosos, albergue de los que no se duermen en las pajas, espelunca de los avisados, cónclave de los agudos, sanedrín de los razonables! ¡Adiós Córdoba! Y ahí queda eso.

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