martes, 22 de febrero de 2022

La mujer en la novela del siglo XIX

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la mujer se convirtió en la protagonista de algunas de las obras más importantes de la literatura universal. Autores realistas y naturalistas indagaron en la psicología femenina y construyeron profundos análisis de la sociedad burguesa de su tiempo, abordando temas como la rutina, la falta de expectativas, la vida provinciana o la falsa moral de las clases acomodadas.
Entre esas novelas destaca, en primer lugar, Madame Bovary, de Gustave Flaubert, que sentó el modelo que más tarde seguirían Leopoldo Alas «Clarín» en La Regenta, y el novelista ruso León Tolstoi en Ana Karenina.

              La soledad de Emma 

Emma Bovary, casada con el médico Charles Bovary, acaba de tener un niño. Lleva una vida apacible en una pequeña villa francesa, pero se siente infeliz y desdichada. Allí conoce a un joven llamado León, de quien se enamora.

"León ignoraba que cuando salía de casa de ella, desesperado, Emma levantábase tras él para verle por la calle.
Inquietábanla sus acciones, espiaba su rostro, hasta inventó una historia para poder visitar su cuarto. La mujer del farmacéutico era para ella dichosísima porque dormía bajo el mismo techo, y sus pensamientos iban de continuo a posarse en aquella casa, como los pichones de El León de Oro, que acudían allí para remojar en los canales sus sonrosadas patitas y sus níveas alas. Pero mientras más percatábase de su amor, más y más lo reprimía, para que no se mostrase y disminuyese. Hubiera querido que León lo adivinase, y se imaginaba catástrofes e incidencias que a ello condujeran. Lo que, sin duda, la contenía era el espanto o la pereza, como asimismo el pudor. Pensaba que había exagerado la nota, que ya no era sazón, y que todo estaba perdido. El orgullo, además, y el placer de decirse: «Soy virtuosa», y de contemplarse, con resignado talante, en el espejo, consolábala un poco del sacrificio que creía hacer.
En aquel punto, los apetitos carnales, las codicias de dinero y las amorosas melancolías, todo confundiose en un mismo sufrimiento, y en lugar de desentenderse, su imaginación aferrábase más a él, excitándola a sufrir y buscando cuantas ocasiones se presentaban. Un plato mal servido o una puerta entreabierta eran motivos de irritación, y quejábase de no poseer vestidos de terciopelo, de su carencia de felicidad, de la excesiva elevación de sus ensueños, de la angostura de la vivienda.
Y lo que más la exasperaba era que Carlos no parecía percatarse de su suplicio. La convicción abrigada por su marido de hacerla dichosa considerábala como un necio insulto, y como una ingratitud, su seguridad a este propósito. ¿A qué, pues, su prudencia? ¿No era él, acaso, el obstáculo para toda felicidad, la causa de toda miseria y como la opresora hebilla de aquel complejo cinturón que la oprimía por todos lados?"
                                                                                            GUSTAVE FLAUBERT
                                                                                                    Madame Bovary


 Los pensamientos de Ana 

Ana Karenina visita a su hermano y a su cuñada en Moscú, donde conoce casualmente al joven conde Vronsky. Ella está casada y se mantiene fiel a su esposo; sin embargo, en su regreso en tren a San Petersburgo, no consigue dejar de pensar en el conde.


 «¡Gracias a Dios, todo ha terminado!», fue lo primero que pensó Ana Arkadievna cuando se despidió por última vez de su hermano, el cual permaneció en el andén, impidiendo la entrada al vagón, hasta que sonó por tercera vez la campana. Ana se sentó en su asiento al lado de Anushka, examinando todo en torno suyo, a la media luz del coche cama. «¡Gracias a Dios, mañana veré a Serioja y a Alexey Alexandrovich y reanudaré mi agradable vida habitual.»…Al principio no pudo leer. Le molestaba el ajetreo y el ir y venir de la gente; cuando el tren se puso en marcha fue imposible no prestar atención a los ruidos; luegose distrajo con la nieve que caía, azotando la ventanilla izquierda, el revisor que pasaba, bien abrigado y cubierto de nieve, y los comentarios respecto de la borrasca que se desencadenaba. Más adelante seguía repitiéndose lo mismo, el traqueteo, la nieve en la ventanilla, los bruscos cambios de temperatura, pasando del calor al frío,y viceversa; los mismos rostros en la penumbra y las mismas voces; pero Ana leía ya, enterándose del argumento. … Ana se enteraba de lo que leía, pero aquella lectura le resultaba desagradable, es decir, le molestaba el reflejo de la vida de otras personas. Tenía demasiados deseos de vivir ella misma. …El héroe de la novela estaba ya a punto de conseguir lo que constituye la felicidad inglesa: el título de barón y una finca, y Ana deseó ir allí con él, cuando de pronto creyó que aquel hombre debía de sentir vergüenza y ella la sintió también. Pero ¿por qué sentía vergüenza? «¿De qué me avergüenzo?», se preguntó, asombrada y resentida. Dejó el libro y se recostó en la butaca, apretando la plegadera entre las manos. No había nada vergonzoso. Repasó todos sus recuerdos de Moscú. Todos eran buenos y agradables. Recordó el baile, a Vronsky, con su rostro sumiso de enamorado, y el trato que tuviera con él: no había nada para avergonzarse. Pero al mismo tiempo, precisamente en este punto de sus recuerdos, la sensación de vergüenza aumentó, como si una voz interior le dijera cuando pensaba en Vronsky: «Te ha sido muy agradable, te ha sido muy agradable.» «Bueno, ¿y qué? –se preguntó con decisión–. ¿Qué significa esto? ¿Acaso temía enfrentarme con una cosa así? ¿Es posible que entre ese oficial tan joven y yo existan o puedan existir otras relaciones que las que tengo con cualquier conocido?» Sonrió con desprecio, abriendo de nuevo el libro; pero ahora le era completamente imposible entender lo que leía."
                                                       
                                           LEON TOLSTOI
                                                                                                                        Ana Karenina





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