Sabemos que nació en Córdoba en 1411. Su presunta condición de converso ha sido discutida. Quedó huérfano desde muy niño. Debió de estudiar en su ciudad natal, hasta que a los veintitrés años se trasladó a Salamanca. Posiblemente, se licenció como maestro en artes.
Marchó luego a Italia, tal vez bajo la protección del cardenal Juan de Cervantes; debió de ser un viaje fundamental para su formación humanística. Se ha dicho que regresó pronto a España, hacia 1434. Sin embargo, Beltrán de Heredia, a raíz del hallazgo de unos documentos en el Vaticano, quiere demostrar que estuvo en Florencia en 1442 y 1443 con la corte pontificia y que era clérigo, extremo que no ha sido suficientemente dilucidado. De regreso a España, fue nombrado secretario de cartas latinas por Juan II y cronista oficial, probablemente en 1444. Era, además, caballero veinticuatro de la ciudad de Córdoba. El resto de su vida se desarrolló en círculos cortesanos donde gozó de gran favor. Se mantuvo siempre fiel al rey Juan II y al condestable Álvaro de Luna, a quien elogió en más de un poema. Sin embargo, cuando éste fue decapitado, aceptó de Juan II una renta anual procedente de los bienes confiscados al condestable. Probablemente se casó dos veces, la última poco antes de su muerte; no tuvo descendencia. Una vez fallecido Juan II, se retiró de la corte. Murió en Torrelaguna en 1456. PEDRAZA, Felipe B. y RODRÍGUEZ, Milagros (1984), Manual de literatura española. Edad Media (1), Pamplona: Cenlit.
Marchó luego a Italia, tal vez bajo la protección del cardenal Juan de Cervantes; debió de ser un viaje fundamental para su formación humanística. Se ha dicho que regresó pronto a España, hacia 1434. Sin embargo, Beltrán de Heredia, a raíz del hallazgo de unos documentos en el Vaticano, quiere demostrar que estuvo en Florencia en 1442 y 1443 con la corte pontificia y que era clérigo, extremo que no ha sido suficientemente dilucidado. De regreso a España, fue nombrado secretario de cartas latinas por Juan II y cronista oficial, probablemente en 1444. Era, además, caballero veinticuatro de la ciudad de Córdoba. El resto de su vida se desarrolló en círculos cortesanos donde gozó de gran favor. Se mantuvo siempre fiel al rey Juan II y al condestable Álvaro de Luna, a quien elogió en más de un poema. Sin embargo, cuando éste fue decapitado, aceptó de Juan II una renta anual procedente de los bienes confiscados al condestable. Probablemente se casó dos veces, la última poco antes de su muerte; no tuvo descendencia. Una vez fallecido Juan II, se retiró de la corte. Murió en Torrelaguna en 1456. PEDRAZA, Felipe B. y RODRÍGUEZ, Milagros (1984), Manual de literatura española. Edad Media (1), Pamplona: Cenlit.
Fue uno de los mejores latinistas de su época. Compuso numerosas cantigas y decires amorosos de tono intelectual y estilo artificioso. También escribió la Coronación del marqués de Santillana y las Coplas a los pecados mortales. No obstante, su obra más destacada es el Laberinto de Fortuna, conocido también como Las trescientas, por ser éste el número de estrofas que componen la obra. Es un extenso poema en coplas dodecasílabas, de carácter alegórico y, de nuevo, con evidente influjo de la Divina Comedia de Dante.
El argumento es sencillo: Juan de Mena es arrebatado en el carro de Belona, la diosa guerrera, tirado por dragones y es conducido al palacio de Fortuna. La Providencia, que acude a recibirlo en una nube muy grande y oscura, le muestra la máquina del mundo, formada por "muy grandes tres ruedas", dos inmóviles (la del pasado y la del futuro, que aparece velada) y una en perpetuo y vertiginoso girar, el presente. En cada rueda hay siete círculos: el de Diana, morada de los castos; el de de Mercurio, de los malvados; el de Venus, lugar donde se castiga el pecado sensual; el de Febo, retiro de los filósofos, oradores, historiadores y poetas; el de Marte, panteón de los héroes muertos por la nación; el de Júpiter, sede de los reyes y príncipes y el de Saturno, solio que ocupa únicamente Álvaro de Luna, privado del rey.
Su afán por crear un lenguaje poético que pusiera la lengua castellana al mismo nivel de solemnidad y perfección que la latina le llevó al uso de cultismos, hipérbatos y alusiones de carácter mitológico, histórico, etc., que hicieron de su lengua poética un modelo de gran dificultad. Un ejemplo, Juan de Mena define el amor con tres adjetivos que hoy nos resultan totalmente desconocidos: “el amor es ficto, vaníloco y pigro” (o lo que es lo mismo:”el amor es falso, de habla vana y perezoso”). Estos tres adjetivos son transposiciones de palabras latinas (fictus, vaniloquus y pigrus) que nunca se incorporaron al léxico castellano.
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¿Os ha intrigado la obra completa de Juan de Mena? Aquí la tenéis enterita, con la Coronación del marqués de Santillana y las Coplas a los pecados mortales.
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