Viajar significa conocer nuevas culturas,caminar por lugares soñados,ser partícipes del movimiento en el mundo...
La primera gran viajera que conocemos es la gallega Egeria, viajó durante el siglo IV, por todo el próximo oriente siguiendo las huellas de los lugares bíblicos, buscando los lugares y sucesos que ella conocía por las lecturas en su abadía.
En el siglo IV viajar por el mundo no era cosa de todos los días. Las dificultades del transporte y el tiempo que llevaba recorrer unos pocos kilómetros lo convertían en una actividad destinada únicamente a personas de espíritu viajero, o aquellas que viajaban por necesidad. Egeria no era una mujer común en su tiempo.
Sus datos personales todavía son cuestionados por los historiadores, pues ella habló poco de sí misma en sus escritos. No obstante, por las fechas y lugares que menciona, se cree que perteneció a la familia del emperador Teodosio I. Se sabe también que fue abadesa de un convento, que tenía conocimientos de griego, literatura y geografía, y que fue querida y respetada por sus contemporáneos.
Su primer viaje fue a Jerusalén, motivado por su sed de conocimiento. La verdad es que quería conocer los llamados lugares santos pues deseaba comprobar los datos geográficos que se tenían sobre esa parte del mundo.
En su largo viaje (entre 381 y 384) fue escoltada y acompañada por
personajes que encontraba en el camino, desde sacerdotes hasta altos militares, quienes consideraban un honor acompañarla. Durante su viaje no desperdició el tiempo y escribió un diario Itinerarium ad Loca Sancta en donde detalló los pormenores de su viaje las cosas interesantes que
encontraba y las costumbres de cada lugar.
En su viaje atravesó
el sur de Galia (hoy Francia) y el norte de Italia; cruzó en barco el
mar Adriático. Es seguro que llegó a Constantinopla en el año 381. De
ahí partió a Jerusalén y visitó los alrededores: Jericó, Nazaret,
Galilea, Cafarnaúm, describiendo meticulosamente templos y santuarios.
Egeria permaneció un tiempo en la zona, planeando otras expediciones.
Su fuerte personalidad fue admirada por algunas personas y severamente
criticada por otras, pues en aquella época ninguna mujer “de buena cuna”
salía sola, ya no digamos de su país, ni siquiera de su pueblo. El
viaje de Egeria fue un gesto de libertad soberana que retó a todo el
mundo conocido.
Se sabe que la joven parte de Jerusalén hacia
Egipto en 382, visita Alejandría y recorre Tebas por el río Nilo;
regresa a Jerusalén y llega hasta el Mar Rojo, el Sinaí... Su pasión la
lleva a establecer los lugares exactos de cada monasterio y santuario
que encuentra en su camino.
En varios tramos de su recorrido tuvo
que ser acompañada por soldados romanos pues eran parajes peligrosos,
muy difíciles de transitar, con climas extremosos y habitados por bandas
de ladrones.
Después de viajar durante más de tres años, Egeria emprende el regreso a su patria siguiendo otra ruta, para conocer distintos lugares. Va hacia Antioquia, pasa por Edesa y Mesopotamia, atraviesa el río Éufrates y el territorio de Siria. Quiso entrar a Persia pero se le impidió el ingreso, por lo que debió seguir hacia Constantinopla.
Aquí acaba el diario y el resto de su existencia es un misterio. Se cree que Egeria empezaba a sentirse enferma, pues en sus últimos escritos hace alusión a un gran cansancio y a su poca apetencia por alcanzar Galicia. Se desconoce si volvió a su patria.
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