Hoy 28 de Diciembre la Iglesia Católica conmemora el asesinato de los varones de menos de dos años de Belén (Los Santos Inocentes) por orden del rey Herodes, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret.
Hoy también es un buen día para recomendar la novela LOS SANTOS INOCENTES, de Miguel Delibes.
Publicada en Barcelona en 1981, esta obra está considerada como una de las mejores novelas de la literatura española en el siglo XX.
Ambientada en los terrenos de un cortijo de Extremadura en la década de 1960, muestra con indudable maestría, dramatismo, humanismo y sentido del humor, las insondables diferencias de clase entre los "señoritos" y los criados. Los que mandan y los que obedecen, aguantando todo tipo de humillaciones, hasta que la tragedia irrumpe creando un punto de inflexión en el argumento.
"Los santos inocentes constituye una denuncia moral contra el
latifundio, la injusticia social que provoca y las consecuencias que
tiene sobre la vida de los individuos, la jerarquización brutal de la
sociedad que provoca la deshumanización de los menos favorecidos."
(Wikipedia)
“… La Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del
cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de
la ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a
todos en el porche de la corralada, a los pastores, a los porqueros, a
los apaleadores, a los muleros, a los gañanes y a los guardas, y allí, a
la cruda luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando
alrededor, les enseñasen las letras y sus mil misteriosas combinaciones,
y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores, y los gañanes, y
los muleros, cuando les preguntaban, decían, la B con la A hace BA, y
la C con la A hace Za, y, entonces, los señoritos de la ciudad, el
señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las
trampas, y les decían, pues no, la C con la A, hace KA, y con la I
hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O hace KO, y los porqueros
y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían
entre sí desconcertados, también te tienen unas cosas, parece como que a
los señoritos les gustase embromarnos, pero no osaban levantar las voz,
hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el
señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los
orificios de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los
días que estaba de buen talante, se le veían los sesos) preguntó,
señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos? Y el señorito Lucas
rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al
fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo,
es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no
aclaró más,… pero, bien mirado, eso no era más que el comienzo, que una
tarde llegó la G y el señorito Lucas les dijo, la G con la A hace GA,
pero la G con I hace JI, como la risa, y Paco, el Bajo, se enojó, que
eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y a
cuento de qué la E y la I habían de llevar siempre trato de favor y el
señorito Lucas, venga de reír, que se destornillaba el hombre de la risa
que le daba, una risa espasmódica y nerviosa, y; como de costumbre, que
él era un don nadie y que ésas eran reglas de la gramática y que él
nada podía contra las reglas de la gramática, pero que, en última
instancia, si se sentían defraudados, escribiesen a los académicos,
puesto que él se limitaba a exponerles las cosas tal como eran, sin el
menor espíritu analítico, pero a Paco, el Bajo estos despropósitos le
desazonaban y su indignación llegó al colmo cuando, una noche, el
señorito Lucas les dibujó con primor una H mayúscula en el encerado y,
después de dar fuertes palmadas para recabar su atención e imponer
silencio, advirtió, mucho cuidado con esta letra; esta letra es un caso
insólito, no tiene precedentes, amigos; esta letra es muda, y Paco, el
Bajo, pensó para sus adentros, mira, como la Charito, que la Charito, la
Niña Chica, nunca decía esta boca es mía, que no se hablaba la Charito,
que únicamente, de vez en cuando, emitía un gemido lastimero que
conmovía la casa hasta sus cimientos, pero ante la manifestación del
señorito Lucas, Facundo, el Porquero, cruzó sus manazas sobre su
estómago prominente y dijo, ¿qué se quiere decir con eso de que es
muda?, te pones a ver y tampoco las otras hablan si nosotros no las
prestamos la voz, y el señorito Lucas, el alto, el de las entradas, que
no suena, vaya, que es como si no estuviera, no pinta nada, y Facundo,
el Porquero, sin alterar su postura abacial, ésta sí que es buena, y
¿para qué se pone entonces?, y el señorito Lucas, cuestión de estética,
reconoció, únicamente para adornar las palabras, para evitar que la
vocal que la sigue quede desamparada, pero eso sí, aquel que no acierte
a colocarla en su sitio incurrirá en falta de lesa gramática, y Paco,
el Bajo, hecho un lío, cada vez más confundido, mas, a la mañana,
ensillaba la yegua y a vigilar la linde, que era lo suyo, aunque desde
que el señorito Lucas empezó con aquello de las letras se transformó,
que andaba como ensimismado el hombre, sin acertar a pensar en otra
cosa, y en cuanto se alejaba una galopada del cortijo, descabalgaba, se
sentaba al sombrajo de un madroño y a cavilar, y cuando las ideas se
le enredaban en la cabeza unas con otras como las cerezas, recurría a
los guijos, y los guijos blancos eran la E y la I, y los grises eran la
A, la O y la U, y, entonces, se liaba a hacer combinaciones para ver
cómo tenían que sonar las unas y las otras, pero no se aclaraba..."
En 1984, Mario Camus realizó la adaptación cinematográfica de esta
novela. Las sublimes interpretaciones de los actores Alfredo Landa y
Francisco Rabal consiguieron ex aequo el Premio de interpretación
masculina en el Festival de Cannes.
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